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Voz de poder capítulo 15

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 31 de marzo del 2024

Capítulo quince


—Aun no estoy segura de esto —Jalé mi falda larga y Córalie apartó mis manos de una palmada.

—¡Detente! Te ves perfecta, gracias a mí —Se veía petulante y cuando lo decía de esa forma, a duras penas podía discrepar con ella.

Y, a decir verdad, secretamente estaba de acuerdo, al menos un poco. Me había prestado un vestido verde que de alguna manera resaltaba el verde de mis ojos, el cual solo brillaba en los momentos que estaba muy emocionada. E incluso mi apagado cabello castaño lucía elegante con los mechones que Córalie había dejado caer suavemente alrededor de mi cara.

Pero eso no quería decir que creyera que esta era una buena idea. Hasta ahora no había olvidado mi único viaje fuera de la Academia, tampoco había olvidado las advertencias de mi hermano, ni el desastroso encuentro con Lucas se había desvanecido de mi memoria.

El príncipe me había dicho que la Universidad era casi el último lugar en el que debería estar, y mi instinto me decía que el palacio de seguro debía ser el único lugar que era peor. Y a pesar de eso Lucas no podría culparme esta vez por ir. No cuando su propia familia había emitido la invitación.

El príncipe estuvo notablemente ausente la semana previa a la celebración de mitad de invierno, aunque las clases continuaron a pesar de la semana de festividades que se festejaron en la ciudad. Al parecer sus deberes reales sobrepasaron sus estudios, al menos en esta ocasión.

Aunque nos habían dado libre el día de mitad de invierno, y sabía que Córalie y yo no éramos las únicas que habían pasado la mayor parte del tiempo preparándose para la celebración de la tarde. Aunque la mayoría de las otras chicas se habían marchado a sus casas familiares en la ciudad durante el día. Solo Araminta, que se veía más ansiosa de lo que la había visto antes, estaba esperando en la entrada de la Academia junto a nosotras.

Desde luego nosotras tres no estábamos solas, Thornton, Redmond, Walden, Jocasta y Lorcan habían recibido invitaciones al evento, y Clarence tampoco tenía otro lugar en donde pasar el día, su familia vivía lejos, en cualquiera que fuera la ciudad donde tenían su hogar.

Había esperado poder escaparme para ver a Jasper en la mañana, pero en cambio recibí la visita de una chica menuda y de apariencia encantadora que era unos años mayor que yo, y que se identificó como Clara.

—Jasper estaba preocupado de que intentaras ir a verlo —dijo sonriendo con amabilidad—. Inesperadamente obtuvimos varios días libres extra y decidió caminar a casa para ir a visitar a tu familia.

—Ah, qué encantador —Intenté tragarme mi decepción ante la idea de todos ellos juntos sin mí. Todos estarán tan contentos de verlo, y al menos ahora sabía que ellos definitivamente tendrán noticias sobre mí.

Clara estaba en camino a casa de su familia que vivía en Corrin, para pasar el día con ellos, pero antes de irse me dio un pequeño paquete envuelto de parte de Jasper. No sabía cómo consiguió el dinero para la hermosa horquilla que estaba en el interior, pero deseé haber encontrado alguna manera de haber reunido algo para darle un regalo.

Puede que no estuviera hecho de joyas —como sin duda lo estarían los accesorios de las demás asistentes—, pero portaba con orgullo la horquilla en mi cabello, feliz de llevar algo de mi familia conmigo durante mi primera visita al palacio.

Y cuando los carruajes se estacionaron en el patio, toqué la horquilla, extrayendo fuerza del amor de mi hermano. Creí que caminaríamos, pero Córalie me aseguró que no podíamos ir deambulando por las calles con nuestras galas. Resultó que el palacio envió carruajes a la Academia y nos sentaríamos junto a los instructores.

Miré por la ventana durante el viaje ridículamente corto. Solo había montado una vez en carruaje, y los recuerdos de esa ocasión continuaban apareciendo sin invitación en mi mente. Reacomodé mi falda a mi alrededor, mis elegantes zapatillas de baile se asomaban bajo ellas, y sacudí la cabeza.

Ahora no podía verme más diferente de cómo me vi en el anterior viaje. Y, aun así, de alguna manera, me sentía casi igual de nerviosa. Intenté recordarme que estaba en camino a una fiesta, no a una posible sentencia de muerte, pero no podía hacer que los rápidos latidos de mi corazón lo creyeran.

«Ojos poderosos están puestos sobre ti, Elena.»

Al menos hice que Córalie me instruyera sobre los importantes personajes que estarían presentes, casi todos miembros exclusivos de las cuatro grandes familias de magos. El general Griffith de Devoras aún estaba en la capital y al parecer Lucas ya no sentía la necesidad de esconderme de él, ya que sin duda alguna asistiría con Natalya y Calix junto a él, al igual que con su otro hijo, Julián.

Por desgracia el general Thaddeus de Stantorn definitivamente también estaría allí, al ser un primo de la reina Verena, y aquello estaba por encima de su rango. Imaginaba que todos los demás miembros del Consejo de Magos también estarían presentes.

Al igual que a Thaddeus, ya conocía a la duquesa Jessamine de Callinos, la directora de la universidad, al duque Lennox de Ellington, el jefe del cuerpo de seguridad, y a la duquesa Phyllida de Callinos, la jefa de los buscadores. Pero tenía que confesar que tenía algo de curiosidad por ver al duque Dashiell, también de los Callinos, que era el jefe de los sanadores y padre de Finnian.

Finnian continuó actuando como si siempre nos hubiéramos estado dirigiendo la palabra, saludándome alegremente en clase y en las comidas, y entrenando de vez en cuando conmigo mientras Córalie se emparejaba con Azafrán. Natalya y Lavinia siempre lo miraban con reprobación cuando lo hacía, pero parecía que su estatus —asumía que era gracias al rango de su padre— evitaba que hubiera cualquier otro cambio en su comportamiento hacia él

En lugar de eso aumentaron los comentarios maliciosos que murmuraban cerca de mí, pero con facilidad los ignoraba, sintiéndome más que feliz de soportarlos a cambio de dos aprendices más que estuvieran dispuestos a tolerar mi presencia, ya que al parecer donde Finnian iba, su introvertida prima le seguía.

Los jefes de los cultivadores, manipuladores del viento y de los creadores también estarían en la celebración, y si se llegaba a dar, no me importaría conocer al duque Magnus de Ellington. Se suponía que los Ellington eran los magos agradables, según mis amigos eran más ricos que políticamente poderosos. Y Acacia y Walden ciertamente parecían apoyar esta afirmación.

Por otro lado, la introvertida y altiva Dariela seguía confundiéndome. ¿El duque Magnus sería como ella? ¿O Dariela era una aberración entre los de su familia?

Sin embargo, no tenía deseos de encontrarme con la duquesa Annika de Devoras, o el duque Casimir de Stantorn. Ya había conocido suficientes miembros de las familias Devoras y Stantorn.

Y, por supuesto, también había otra persona esperando al final de este viaje. Intenté no dejar que mi mente pensara en el príncipe Lucas —sin importar cuantas veces estuviera tentada a hacerlo—, pero no podía aplastar la pequeña curiosidad que rondaba en el fondo de mi mente. A pesar de todo, una parte de mí quería ver al príncipe en su entorno familiar, en medio de la corte, aunque parecía tonto pensar que una noche podría marcar una diferencia en mi habilidad para entenderlo, o más bien en mi falta de habilidad.

Más pronto de lo que me gustaría, el carruaje se detuvo frente a un amplio y extenso conjunto de escaleras de mármol. No tenía una capa lo bastante fina para este evento, pero Córalie me había asegurado que no la necesitaríamos para este corto viaje. No obstante, eso significó que tuvimos que subir corriendo las escaleras tan rápido como podíamos, sintiéndonos ansiosas por resguardarnos del helado aire nocturno.

Al estar afuera pude divisar las luces resplandecientes, pero no era nada comparado con el brillo que nos recibió dentro del palacio en sí. Más velas de las que podía contar, iluminaban un inmenso recibidor, reflejándose en el inmaculado mármol blanco. Unas escaleras conducían hacia el piso superior, y un ejército de criados nos guió por ellas y a través de una amplia puerta, hacia un salón de baile igual de inmenso.

Cruzando las puertas había una pequeña plataforma donde nos detuvimos por un momento para contemplar todo antes de descender los cuatro escalones bajos que conducían al piso del salón de baile. En las escaleras había un camino de terciopelo rojo que combinaba con el color de las cortinas rojas que cubrían las paredes. Candelabros dorados —que de seguro se sostenían en el lugar gracias a composiciones complejas— flotaban de manera imposible en el aire, y por donde quiera que mirara, toques de oro destellaban bajo la luz.

Rojo y dorado. No cabía duda de que este era un evento real. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, escaneé la multitud hasta que mis ojos se fijaron en una figura que era tanto familiar como extrañamente diferente.

En la Academia el príncipe Lucas sobresalía; desde cada uno de sus perfectos mechones de cabello oscuro hasta su comportamiento, proclamaban su diferencia. Pero ahora… ahora realmente se veía como un príncipe.

Vestía lo que parecía ser un uniforme, rojo con una faja dorada que atravesaba su pecho, y botas altas negras. Una pequeña tiara dorada descansaba sobre su ordenado cabello, y aquella mirada altiva y distante que había visto durante mi primer día —y durante tantos días desde entonces—, pareció haberse amplificado.

Si nunca antes lo hubiera visto, nunca me habría atrevido a acercármele. De hecho, aunque oficialmente podíamos ser compañeros, no planeaba acercármele. No necesitaba su condescendencia cuando ya me sentía muy afuera de mi zona de confort.

—¡Mira! —susurró Córalie, jalándome del codo.

Dejé que me guiara hacia una pared lejana donde una larga mesa exhibía una cantidad infinita de exquisiteces. Me maravillé ante la escultura de hielo —un cisne congelado a punto de emprender vuelo, con todos sus perfectos detalles—, pero Córalie aún estaba absorta en lo que sea que había capturado su atención.

—Es increíble —dijo.

Aparté mi mirada hacia la maravilla que la tenía embelesada. Una compleja fuente de chocolate líquido con muchos niveles.

—Am, sí, por favor —dijo, tomando una de las pequeñas y delicadas copas doradas que estaban organizadas alrededor de la fuente, y vertiéndola en la corriente de chocolate.

Me quedé parada detrás de ella. Claramente esa era otra cosa propulsada por algún mago desconocido y de alguna manera aquello hacía que me sintiera menos entusiasta de consumirlo. ¿Solo era la familia real la que entretenía así a sus invitados? ¿O era que todos los magos tenían energía y poder de sobra para gastarlos componiendo tales obras inútiles?

—Bienvenidas —dijo una voz tras nosotras, y ambas nos giramos.

Y ahí iba mi plan de no estar en ningún lugar cerca del príncipe. Todo su comportamiento sugería total aburrimiento, como si solo estuviera cumpliendo con sus deberes como anfitrión, dando vueltas para saludar a cada invitado, incluso los que no le agradaban.

Pero cuando finalmente lo miré a los ojos, su mirada perforó la mía, y casi retrocedí un paso.

—Viniste —dijo en voz baja, y sus ojos brillaron con decepción.

—Por supuesto —Córalie le sonrió ampliamente, al parecer no recibió el mismo mensaje de su expresión que yo recibí—. Es un honor ser invitadas. Ah, y ¡Feliz cumpleaños!

Lucas le sonrió automáticamente, pero aún seguía concentrado en mí. Cuando permanecí allí parada sin decir nada, Córalie pateó mi pie.

—Oh, gracias por invitarme —logré decir.

Los ojos de Lucas brillaron.

—No lo hice.

Me tensé, pero una risita nerviosa proveniente de uno de nuestros costados me salvó de darle una respuesta imprudente.

—Natalya, Lavinia —dijo Córalie entre dientes, saludando a nuestras compañeras con una rápida inclinación de cabeza.

Ninguna de las dos se molestó en regresar el saludo, aunque sí dieron un paso adelante para unírsenos, sus complejas faldas se movieron alrededor de sus piernas. Amabas estaban usando joyas de apariencia costosa alrededor de sus cuellos y entretejidas en sus cabellos, y un bordado dorado brillaba en sus vestidos.

—Sabía que no pudo haber sido tu idea, Lucas —Natalya puso los ojos en blanco antes de lanzarme una mirada condescendiente—. Ningún príncipe escogería invitar a alguien que se viste así.

Inhalé, sacando pecho y abrí la boca para darle una respuesta que de hecho estaba muy lejos de ser prudente. Una cosa era que ellas me insultaran constantemente, pero otra era que insultaran el vestido que le pertenecía a Córalie, la persona más amable que conocía.

No obstante, Lucas habló antes de que en verdad pudiera pronunciar una sola palabra.

—Por el contrario, todas lucen encantadoras. Sus presencias honran mi celebración —Ejecutó una media inclinación, su gesto nos incluyó a las cuatro.

Córalie, que había abierto la boca con indignación ante el insolente insulto de Natalya, se sonrojó complacida, por lo que me tragué mis palabras. Si ella no había notado los aburridos modales de la corte —que obviamente eran deshonestos—, entonces no se los iba a señalar yo.

—Si me disculpan… —Ejecutando otra media reverencia, Lucas escapó, sin duda alguna iba a saludar a su siguiente invitado, ya que su responsabilidad hacia nosotras fue completada.

—Bueno, claramente no se refería a ti —dijo Natalya.

—Solo estaba siendo amable —dijo Lavinia apretando los labios y fulminándome con la mirada.

Sacudí mi cabeza.

—¿Hablan en serio? Creí que se suponía que sus familias eran importantes o algo así. ¿Qué esto no está un poco por debajo de ustedes?

Ambas se inflaron por el enojo ante mi mención sobre sus familias, pero justo en ese momento Calix se acercó a nosotras y miró inquisitivamente a su hermana.

—¿Nat? ¿Qué haces visitando por aquí a los pobres? —Sus ojos me recorrieron de arriba abajo con desdén.

—Siguiendo a la realeza, desde luego, Calix —dije riéndome—. Dónde siempre está.

Calix levantó una ceja.

—La gatita tiene garras —Sonrió—. Será mejor que tengas cuidado gatita, hay leones acechando esta noche.

Agarró a ambas chicas por los codos y las arrastró con él mientras se marchaba.

—Bueno —dijo Córalie, luego de un momento de silencio—, no sé qué les pasa a todos esta noche. ¿Soy la única que vino aquí con la intención de disfrutar esto?

—Yo sí sé que pasa —Suspiré—. Soy yo. Una cosa es que se acostumbraran a tenerme en la Academia, pero otra muy diferente es verme en el palacio —Giré la mano señalando nuestro alrededor—. Verme en este lugar, aquí donde en realidad no pertenezco.

Córalie me miró con inquietud, y supe que no quería estar de acuerdo, pero tampoco podía completamente disentir.

La orquesta llevaba tocando desde que llegamos, las parejas daban vueltas por el piso de baile, y cuando permanecimos allí paradas, un joven se nos acercó. Le hizo una pequeña reverencia a Córalie y tendió una mano en invitación.

—¿Bailas conmigo?

Córalie se mordió el labio y me miró.

—Anda —Le hice un gesto con la mano para que se marchara—. Estás aquí para divertirte, ¿recuerdas?

Su expresión aun lucía dubitativa, pero cuando se volvió hacia el otro mago se transformó en una sonrisa deslumbrante.

—Me encantaría. Por cierto, soy Córalie, una aprendiz de la Academia.

—Ah, eso explica porque no te había visto por ahí. Voy a la universidad.

La condujo a otra parte y ambos desparecieron entre la multitud. Volví mi mirada hacia la mesa, considerando servirme un plato de comida para así no sentirme tan incómoda.

Pero en vez de eso, cuando mi mirada se posó sobre Dariela que estaba parada no muy lejos de mí, decidí acercarme a ella. A decir verdad, fue un capricho ya que en la Academia no hablábamos exactamente, pero al verla aquí en un contexto diferente, parada allí sola, de repente tuve la impresión de que se veía solitaria.

Y se me ocurrió que ella siempre se veía algo sola, incluso cuando estaba parada en medio de una multitud. Podía sentarse con los mellizos y sus amigos, pero era como Lucas, estaba con ellos y aun así, de alguna manera, estaba aparte.

Caminé hacia ella sonriendo y la saludé, elogiando su vestido ya que ese parecía un tema seguro para empezar. En silencio Dariela me miró sorprendida y comencé a lamentar mi fugaz sentimiento de compañerismo que me impulsó hacia ella.

—Gracias —dijo, luego de una larga pausa antes de que ambas volviéramos a sumirnos en el silencio.

Intenté pensar en algo más que decir, pero para cuando ella asintió con la cabeza y se marchó, aún no se me había ocurrido nada. Hice una mueca y contemplé regresar después de todo a la comida.

—Elena de Kíngslee —dijo una voz ronca, antes de que pudiera hacerlo—. Se ha hecho todo un nombre por sí misma, jovencita.

Despacio, me giré para encarar al locutor. Los dos hombres frente a mí portaban túnicas abiertas que dejaban ver los complejos uniformes que llevaban debajo. Solo diez personas de todos los presentes de esta noche usaban túnicas, y no necesitaba ver los colores dorados y plateados frente a mí para saber quiénes eran estos dos.

Reconocía al general Thaddeus, y el hombre junto a él, el que habló, solo podía ser el general Griffith, jefe de las fuerzas armadas de Ardann. Divisé a Natalya y a Calix en medio del salón de baile, observándonos. Lavinia había desaparecido —tal vez, estaba bailando— y un chico alto se había unido a ellos, tenía la tez oscura de Natalya y sin duda alguna era su hermano mayor, Julián.

Suspiré. Debí haber sabido que los mellizos aún no habían terminado conmigo. No cabía duda que tenía que agradecerles por enviar a estos recién llegados hacia mí. Tardíamente, les di una inclinación de cabeza que bien podía confundirse con una media inclinación.

—Sí, señor, soy Elena.

—Es más pequeña de lo que pensé —dijo. Sus calculadores ojos me sopesaban y sin lugar a dudas me encontraron carente en muchos más sentidos, que solo en mi altura.

—Soy una chica de dieciséis años, ¿qué esperaba? ¿Una gigante?

Levantó una ceja ante mi intensa respuesta, y deseé poder recuperar las palabras. El espectro de mis compañeros merodeaba al otro lado de la habitación, pero necesitaba recordar que este hombre era mucho más que solo su padre, era uno de los diez magos más poderosos del reino. ¿Por qué no podía aprender a controlar mi lengua?

—Desafortunadamente estuve ocupado en otro lado y no fui capaz de presenciar por mí mismo la recreación de su composición —dijo el general Griffith—. Aunque Thaddeus me dice que no puede haber equivocación —Su tono de voz implicaba que por naturaleza su obligación había sido mucho más importante que lo que sea que sucediera aquí.

Me erguí, manteniendo mi boca apretada con fuerza, determinada a no decir otra palabra más a no ser que me hicieran una pregunta directa.

—Pero desde luego estoy fascinado por esta nueva habilidad —continuó el general—. ¿Tal vez podría complacernos con una pequeña demostración?

—¿Qu… qué? —tartamudeé, olvidando de inmediato mi decisión—. ¿Una demostración? ¿Aquí?

El general sonrió de oreja a oreja.

—¿Por qué no? Soy un hombre ocupado, ¿sabe?, y aquí estamos en el mismo lugar, al mismo tiempo. Debemos aprovechar tales momentos cuando nos los ofrecen.

Miré a mi alrededor con desesperación, pero nadie se acercaba para ayudar. Tragué.

—Desde luego nada destructivo —dijo Thaddeus mordazmente, con su fría mirada clavándose sobre mí—. Una pequeña obra será suficiente. Tal vez, algo decorativo.

Aun así, vacilé, no se me había ocurrido tal escenario y no estaba dispuesta a admitir la verdad. ¿Me expulsarían inmediatamente de la Academia como si fuera un fraude? ¿Estos dos generales tenían tal poder? ¿Y qué me pasaría –a mí que era una común que podía leer— si era así?

Miré una vez más a mi alrededor esperando divisar a Lorcan, pero no estaba por ningún lugar. En lugar de ver al director mis ojos se posaron sobre Lucas, de alguna manera su mirada estaba fija en nosotros a pesar de que había medio salón de baile entre nosotros. Tal vez me había equivocado sobre quien había enviado al general Griffith. Tal vez no habían sido sus hijos sino Lucas, esperando demostrarme con exactitud por qué no debí haber venido esta noche, porque debí haber seguido escondiéndome como claramente quería que hiciera, a pesar de que algún protocolo debió dictar que me entregaran una invitación.

—Anda, anda —dijo el general, su voz era engañosamente suave. Calix había mencionado leones y, muy en contra de mi voluntad, su padre me recordaba a uno preparándose para saltar—. Ha estado estudiando en la Academia por una estación y media, de seguro puede componer una pequeña obra sin arriesgarse a destruir el palacio, alrededor de nosotros.

Me lamí los labios.

—En realidad, no puedo.

El general retrocedió.

—¿No puede? —No había nada que luciera genuino en la expresión sorprendida de su rostro. Chasqueó su lengua—. Tendré que hablar con Lorcan. Parece que está flaqueando.

—O eso dice ella —murmuró Thaddeus—. No tuvo ningún problema en derrumbar la mitad de la Academia.

Difícilmente podría considerarse la mitad de la Academia. No obstante, logré tragarme las palabras antes de que pudieran emerger de mis labios.

—Generales, buenas noches —dijo una voz indiferente.

Me giré, casi tropezándome con mis torpes esfuerzos de hacerle una reverencia a la recién llegada. La reina —porque desde luego tenía que ser la reina Verena— hizo una minúscula inclinación de cabeza hacia mí. Los rubíes destellaban en su garganta y en su corona, y aunque no era más alta que yo, su vestido ocupaba tres veces más espacio que el mío. Retrocedí otro paso.

Una chica alta y elegante, varios años mayor que yo, estaba parada junto a la reina. La tiara sobre su cabello era más elaborada que la diadema que Lucas usaba, y tampoco se podía confundir su identidad. Una vez más hice una reverencia, con un poco más de elegancia esta vez, a la hermana mayor de Lucas: la princesa heredera Lucienne.

Ambas mujeres tenían el mismo cabello oscuro, casi negro, de Lucas, pero sus idénticos ojos eran marrones moteados con dorado. Miré alrededor con los ojos muy abiertos, preguntándome si el rey Stellan también estaba a punto de caer sobre nosotros. Pero cuando divisé una imponente corona dorada, el hombre que la usaba estaba lejos, sumido en una conversación con Lorcan y Jessamine.

Suspiré con alivio, aun cuando me pregunté con cierta inquietud si estarían hablando sobre mí. Sin embargo, intenté apartar esa idea. Un vistazo a este salón de baile debía ser suficiente para recordarme que nada en este mundo giraba alrededor de mí.

El rey tenía cabello rubio arena y los mismos ojos verdes de su hijo, aunque al parecer sus dos hijos habían heredado su altura. Sin quererlo, mis traicioneros ojos viajaron hacia Lucas, notando el parecido que tenía con sus dos padres. El príncipe seguía mirándome.

«¡Lo entiendo!», quise gritarle desde el otro lado del salón de baile. «Entiendo que no pertenezco a este lugar, ni a aquí ni tampoco a la Academia. No necesitabas enviar a alguien más para convencerme».

La voz de la reina me hizo apartar la mirada de su hijo.

—¿Va a haber una demostración?

—Parece que no, su majestad —El general Griffith se inclinó ligeramente—. Al parecer Lorcan ha estado manteniéndola encerrada por nada.

—Interesante —Los ojos de la reina viajaron hasta mí, y metí mis temblorosas manos entre mi falda para dejarlas fuera de la vista. Puede que la reina no tuviera la misma altura que el resto de su familia, pero se movía con la misma autoridad que ellos.

Intenté decirme que solo estaba imaginando la frialdad de su rostro —quizás un truco de percepción, dada su similitud familiar con Thaddeus—, pero no podía estar segura. Al menos la princesa lucía más abierta, observándome con curiosidad.

—¿Realmente no puede complacernos, muchacha? ¿Ni siquiera por su reina?

De nuevo hice una reverencia.

—Le aseguro que lo haría si pudiera, su alteza, su majestad.

—Qué pena —La reina dejó salir un suspiro suave, logrando hacer que incluso eso sonara elegante—. Casi es suficiente para que uno se pregunte… —De repente se volvió a mirar a los dos generales—. ¿Una palabra, caballeros?

Ambos se inclinaron frente a ella, y los cuatro se marcharon, la multitud se separaba para darles paso mientras se acercaban al rey y a los otros dos directores. Solo Thaddeus se volvió para mirarme mientras se iban, sus ojos contenían una advertencia.

Tragué y miré alrededor. Ahora había más ojos curiosos observándome, pero nadie más se me acercó. Volví mi mirada hacia la mesa de refrigerios, pero ya no podía pensar que algo se quedara en mi estómago revuelto.

Caminando deprisa por el borde de la habitación, me abrí paso hasta una cortina roja que colgaba parcialmente suelta y salí al amplio y vacío balcón. Inhalé el frío aire nocturno, apoyándome contra el barandal y levantando mi cara hacia las estrellas.

Cerrando los ojos, me concentré en respirar.

Lo había intentado, y vuelto a intentar. No podía acceder a mi poder. Tal vez Lorcan me dejaría regresar a casa.

No obstante, no necesitaba mirar alrededor y recordarme dónde y con qué compañía estaba, para saber que ese era un sueño imposible. A pesar de todos mis esfuerzos, no pertenecía aquí, pero tampoco podía regresar a mi vieja vida, al haber sido admitida, al menos parcialmente, en este mundo. Ellos nunca permitirían tal cosa, y tenía que admitir que me costaba imaginarme viviendo así. Mi mundo se había expandido demasiado como para volver a restringirlo dentro de Kíngslee de nuevo.

Lenta, muy lentamente, mi corazón regresó a su ritmo normal y mi respiración se regularizó. Si me había permitido sentirme cómoda con mi vida en la Academia, entonces siempre había sido una ilusión. En realidad, nada había cambiado. Mi situación no era menos incierta ahora de lo que había sido cuando llegué por primera vez. Y había sobrevivido todo este tiempo.

Un suave sonido me sobresaltó haciéndome abrir mis ojos de repente. Al parecer, después de todo no estaba sola.

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