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Voz de poder capítulo 12

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 22 de enero del 2024

Capítulo doce


Para mi sorpresa, la clase de composición terminó mucho antes de la cena. El príncipe fue el primero en salir, pero los otros estudiantes pronto lo siguieron, dejándonos a Córalie y a mí solas en el aula vacía.

—¿Siempre termina tan temprano? —le pregunté.

Córalie asintió.

—A partir del segundo año, los aprendices tienen que escoger dos disciplinas y dedicarse a estudiarlas. Puedes cambiarlas cada año o mantener las mismas dos todo el tiempo. Así que los aprendices de los años mayores están ocupados estudiando en este momento. Afortunadamente la Academia se compadece de nosotros, los de primer año, y tenemos este tiempo libre.

—A menos que tengas a Jocasta como tu tutora personal.

Se rió entre dientes.

—Lo sé, es severa, pero es mejor ella que Thornton, ¡o Redmond!

Podía concordar voluntariamente a esto.

—Entonces, ¿qué vas a estudiar el próximo año? —le pregunté.

—No lo sé. No puedo decidirme. Supongo que seguiré cambiando cada año hasta que encuentre algo que amo. Me dejará algo atrasada cuando eventualmente me una a una disciplina luego de la Academia, pero es mejor eso que atascarme en algo que terminaré odiando.

Asentí. Por supuesto, aquello nunca llegaría para mí. Incluso si sobrevivía mis tres años de conscripción, saldría de allí a un territorio desconocido. No sería una persona normal ni una maga graduada. Pero ese era un problema que estaba muy lejos en el futuro como para que valiera la pena preocuparse por él. Tenía que sobrevivir a muchas cosas antes de llegar allá.

—¿Todos los magos se unen a una disciplina? —pregunté, todavía tenía curiosidad, aun si no se aplicaba a mí.

—No tienes que, pero la mayoría lo hace —Hizo una mueca—. No creo que alguien como Natalya tenga que hacerlo, con su padre siendo el general y todo eso. Son una de las familias más destacadas de los Devoras y son extremadamente ricos. ¿Pero alguien como yo? —Se encogió de hombros—. Si quiero obtener un salario de la corona, necesitaré unirme a una. Mi familia no es lo bastante rica como para apreciar que esté dando vueltas sin hacer nada y sin ganar nada, y prefiero ser parte de una disciplina que terminar vendiendo composiciones básicas a los sin-sangre que tienen suficiente dinero para comprarlas.

—¿Se puede hacer eso? —La miré con asombro. Kíngslee no tenía ningún residente mago para poder comprar tal cosa, y si alguna de las familias que había viajado a la capital alguna vez compró una, nunca me lo mencionaron. Lo más probable es que ninguno de nosotros fuera lo bastante rico para hacerlo.

—Por supuesto —Me lanzó una mirada extraña y negó con la cabeza—. Realmente necesitas leer eso —Le dio un golpecito con el dedo al libro que estaba sobre la mesa, frente a mí—. La mayoría de magos sujetan su colección personal de composiciones de tal forma que solo ellos pueden liberarlas. Pero no hay nada que impida que un mago componga una obra más general. Algunos de los magos menos habilidosos ni siquiera logran ser aceptados en una disciplina, así que venden todo tipo de composiciones.

Miré el libro sobre mi mesa. Había tanto que aún no entendía. Nunca había intentado leer algo que no fuera las hojas de ejercicios que Jocasta escribía para mí, y la idea de luchar por entender todas las palabras que debían llenar las páginas frente a mí, me llenaba de temor. Pero otra parte de mí anhelaba abrirlo y empezar.

—Desde luego, también están los de espíritu libre —añadió Córalie—. Tenía un tío abuelo que era así, no le gustaba la idea de recibir órdenes y era completamente feliz vendiendo composiciones. Mi hermano creía que era la vergüenza de la familia, pero a mí siempre me agradó. Me hacía reír.

Suspiré. Ya que no podía escribir, mucho menos componer, para mí ese camino escasamente estaba abierto. Pero sabía que habría sido el que escogería. No tenía interés en toda una vida recibiendo ordenes de algún mago arrogante que sin duda me menospreciaría como si fuera inferior.

—Por supuesto es el prestigio lo que lleva a las familias ricas a formar parte de las disciplinas —dijo Córalie—. No hay otro camino para obtener un título apropiado y un puesto en el Consejo de Magos. Estoy segura que eso será suficiente para Natalya y Calix, y los que son como ellos.

Acaricié distraídamente la encuadernación de cuero de mi libro. La mirada de Córalie se dirigió hacia él.

—¿Quieres algo de ayuda con eso?

Me animé y luego lo consideré.

—¿Estás segura? Será terriblemente aburrido para ti.

Sonrió.

—No me importa. Además, no es como si tuviera algo más importante que hacer.

A medida que los días pasaban y el clima se volvía más y más frío, tanto mi lectura como mi entendimiento de la composición mejoraron. Cosas que había visto u oído comenzaron a tener sentido para mí: como porqué una composición larga era una vergüenza, o al menos una marca de habilidad limitada en una disciplina en particular. En la clase de composición, los aprendices de primer año escribían largos pasajes, incluso para las composiciones más simples. Esto era para asegurarse que sus obras tomaran la forma exacta que deseaban.

Pero a medida que su habilidad y control aumentaba, aprenderían a hacerlas más y más cortas, canalizando el poder con mayor precisión. A los aprendices les encantaba contar historias sobre grandes magos del pasado, se rumoreaba que algunos de ellos eran tan fuertes y tan habilidosos que podían controlar una composición con una sola palabra.

La historia que escuchaba repetirse más a menudo era la de un gran general que había ganado una batalla decisiva contra Kállorwey. Había estado herido, al borde de la muerte, acostado en el suelo, sus provisiones de composiciones se habían agotado, cuando trazando una palabra en el suelo, compuso una obra lo bastante grande como para ganar el día.

Pero eso había sido hace mucho tiempo en una guerra diferente, y me preguntaba cuanto había crecido la historia a medida que se contaba a lo largo de los años. Aun así, esos cuentos siempre me hacían sentir incomoda. Entre más aprendía, más entendía porque mi obra semi-exitosa había desconcertado tanto a los magos que la escucharon. Había demasiadas cosas en ella que debían haber sido imposibles, en especial para alguien como yo.

Para mi continua sorpresa, no recibí más visitas inesperadas para probarme, y ningún mago apareció para acosarme, incitarme u observarme. O mi explosión accidental los había hecho reflexionar, o de alguna manera Lorcan los estaba manteniendo lejos de mí. Aunque no sabía por qué.

En las clases de composición, Redmond pretendía que no existía, y yo no tenía ningún deseo de pedirle su ayuda. Aunque la necesitaba. Cada noche arrastraba mi maltratado cuerpo por la interminable escalera, mi mente prácticamente igual de exhausta por la clase de composición y la práctica de lectura, solo para sentarme en mi habitación e intentar moldear el poder con mis palabras.

A pesar de la lluvia, la cual ahora nos empapaba con regularidad, mi habilidad con el bastón por fin había comenzado a aumentar. Y ya rara vez necesitaba la ayuda de Córalie con las palabras más largas de mis libros. Pero ninguna de esas habilidades me convertiría en una maga, ni tampoco me enseñarían control. Y aunque ninguna amenaza evidente se cernía sobre mi cabeza, no había olvidado la expresión que el general Thaddeus tenía en su rostro durante mi prueba. Aquí en la Academia, estaba aislada del resto del reino, escondida dentro de una burbuja. Si una espada iba a caer sobre mi cuello indefenso, bien podría hacerlo sin advertencia.

Así que luché sola, intentando desbloquear mi habilidad. Y a pesar de eso, cada noche me metía en la cama, con dolor de cabeza y sintiéndome como una tonta. No importaba cuantas palabras dijera, seguían siendo como todas las demás palabras que decía durante el día: monótonas y carentes de alguna clase de poder.

Durante las semanas que había pasado con Jocasta en esa horrible habitación, me había cansado de su implacable enseñanza, pero eventualmente regresé a la biblioteca. Esto no era algo que pudiera pedirle a Córalie, y no tenía a nadie más a quien acudir. Solo esperaba que Jocasta estuviera dispuesta a ayudarme, y que tuviera otro lugar en donde pudiéramos estudiar. No podía creer que alguna de nosotras deseara estar encerrada de nuevo en ese salón, aún si había sido reconstruido a como estaba antes, gracias al mago creador.

Pero cuando llegué no era Jocasta quien estaba detrás de la recepción, en su lugar un hombre de mediana edad con rostro alegre, me sonrió y saludó. Lo había visto antes, aunque nunca habíamos hablado. Era Walden, el director de la biblioteca de la Academia, el superior de Jocasta, y un Ellington. Por lo general, cuando lo veía antes, estaba ocupado, a menudo ayudando a los aprendices mayores.

Miré alrededor y vi a los alumnos dispersos por toda la biblioteca. Debería haberlos notado antes y haber sentido curiosidad ante cuantos eran. Aquí debía ser donde estudiaban antes de la cena, las disciplinas que escogieron.

—Ah, Elena —dijo Walden con una amplia sonrisa—. Me preguntaba cuando encontrarías el camino de regreso. He estado deseando conocerte.

—¿Ah sí? —Lo miré antes de darme cuenta lo irrespetuoso que eso sonó, y me apresuré a cubrirlo—. Quiero decir, por supuesto, he estado…

Sonrió de nuevo y desechó mis palabras torpes.

—Desde luego que he querido conocerte. Verás, conozco a todos los demás estudiantes, y tú has pasado mucho tiempo aquí. Me gusta conocer a aquellos que frecuentan mi dominio —Fingió lanzarme una mirada severa, y me encontré regresándole la sonrisa.

—Ahora, por favor dime, ¿en qué puedo ayudarte?

—Bueno… —Me mordí el labio—. Sí necesito ayuda, pero me temo que no es algo que probablemente vaya a encontrar en un libro.

Walden se giró para escudriñar las interminables estanterías de libros que estaban tras él antes de volverse hacia mí con las cejas levantadas.

—Ahora me siento intrigado, explícame.

—Estaba pensando que quizás Jocasta estaría disponible para…

Vacilé en continuar diciendo mis palabras al sentir el peso de la mirada de alguien más. Por el rabillo del ojo vi una figura muy familiar parada a unos cuantos pasos; no necesité girarme y verlo bien para reconocerlo, su cabello oscuro y sus brillantes ojos eran inconfundibles.

¿Qué estaba haciendo Lucas aquí? Intenté retomar la idea, pero odiaba exponer mi problema con el frío príncipe mirando.

Si Walden notó mi incomodidad, no lo mostró.

—No hay necesidad de molestar a Jocasta. Estaré más que feliz de ayudarte, en especial ahora que me causaste tanta intriga. Tendrás dificultades convenciendo a un bibliotecario de que hay un problema que un libro no puede resolver. Es solo cuestión de encontrar el correcto.

Tragué e intenté ignorar los ojos verdes que me perforaban. Si tan solo Lucas se marchara. No podría haber esperado una bienvenida más acogedora que la que Walden me estaba dando, y estaba comenzando a pensar que fue una gran suerte haber venido cuando Jocasta estaba lejos de la recepción.

—Si tienes un libro sobre magia hablada, entonces por supuesto dejaré que me dirijas hacia él —dije finalmente, intentando imitar la sonrisa de Walden—. Incluso me conformaré con una pista de ello, aunque unas instrucciones paso a paso sería muchísimo mejor —Amplié mi sonrisa para mostrarle que lo decía en broma.

—¡Ah! Magia hablada —Walden se frotó las manos—. Sabes, Jocasta me dio un recuento sobre eso, ella estaba allí en tu prueba. Extraordinario. Realmente extraordinario. Y un acertijo incluso digno de mi tiempo —Me guiñó el ojo, y mi sonrisa se volvió más genuina—. ¿Tal vez te gustaría ir a mi oficina para discutir más sobre ello?

Asentí con entusiasmo, siendo consciente de que los ojos de Lucas seguían sobre mí. ¿Aprobaba o reprochaba que intentara explorar mi poder? ¿No era eso lo que todos querían? ¿Qué desentrañara los secretos de esta nueva habilidad? Justo cuando me moví para seguir a Walden, me atreví a mirarlo, pero no vi nada de felicidad en su rostro.

Algo sobre esta situación le inquietaba, y pude sentir la presión de su mirada aun después de que la pared de la oficina de Walden estuvo entre nosotros.

El bibliotecario escuchó con gran interés mi recuento de la confrontación frente a la tienda de mis padres. Casi le sugerí que compusiera la misma obra de Lorcan y Jessamine para que lo viera por el mismo, pero logré contener las palabras a tiempo. Tanto Lorcan como Jessamine eran miembros del Consejo de Magos, dos de los diez magos más poderosos del reino. No quería avergonzar a Walden si no poseía la habilidad para ejecutar tal composición.

—¿Entonces no tienes idea de que desató el poder? —me preguntó cuando terminé de darle un recuento de todos los puntos importantes en los que pude pensar—. ¿Ni una? ¿Y antes de eso nunca sentiste siquiera un revuelo de poder?

—No tengo explicación para ello, y desde que llegué he intentado reproducirlo, pero ha sido un ejercicio bastante inútil ya que no tengo idea por dónde comenzar.

—Un acertijo bastante interesante —Walden se frotó la barbilla con una mano y su mirada se volvió distante—. Supongo que ya intentaste decir las palabras dominantes que abren una composición normal.

Asentí.

—La semana pasada tomé prestado un libro de composiciones estándar e intenté leer en voz alta cada una de ellas.

Me sonrojé ligeramente ante aquella confesión, pero Walden solo asintió pensativo como si hubiera sido un intento razonable. Se recostó contra el respaldar de su silla y juntó las yemas de sus dedos.

—Debo reflexionar más sobre esto, y registrar la biblioteca. Todavía puede haber alguna pista útil que recopilar en alguno de los registros antiguos —Sus ojos se enfocaron en mí—. ¡No desesperes, Elena! Encontraremos la clave para tu control, estoy seguro de ello. No puede haber una misión más grande que la búsqueda de nuevos conocimientos.

Sonreí agradecida, y él rodeó su escritorio para darme una palmadita en el hombro.

Regresa en dos días, y veremos que logré descubrir. Anímate, estoy seguro que el éxito está a la vuelta de la esquina.

Aunque no compartía nada de su excesivo entusiasmo, cuando salía deprisa de la biblioteca se sintió como si un peso hubiera sido levantado de mis hombros. De seguro el bibliotecario en jefe de la Real Academia de la Palabra Escrita tendría más éxito desenterrando alguna pista sobre mi poder de lo que yo había obtenido.

—Elena —La voz grave me detuvo cerca de las puertas de la biblioteca.

Mirando alrededor, divisé a la alta figura de Lucas parada entre dos estanterías.

Me hizo señas para que me acercara, y sin pensar miré a mi alrededor para ver si alguien más estaba parado detrás de mí. Luego recordé que me había llamado por mi nombre y me sonrojé, sintiéndome tonta y desconcertada.

Pero no tenía nada de que estar avergonzada. Me habían admitido en la Academia con el propósito explícito de aprender control, nadie podía culparme por intentar hacer eso. Cuadré mis hombros y marché hacia él.

—Lucas.

Algo destelló en sus ojos cuando dije su nombre, y supe que había sonado innecesariamente agresiva. Pero me rehusé a retractarme. Crucé mis brazos sobre mi pecho y esperé en silencio a que hablara.

—Deberías tener cuidado —dijo al fin.

Fruncí el ceño.

—No voy a empezar a intentar escribir de nuevo, así que no necesitas preocuparte por la Academia. No derrumbaré más paredes.

Sus ojos brillaron con impaciencia.

—No tienes idea de tu poder, Elena.

—No —dije, la exasperación aflojó mi lengua—, no la tengo. No gracias a alguno de ustedes. Estoy aquí porque hice algo nuevo, eso lo entiendo. Pero esto se supone que es una Academia, ¿no? Pueden perdonarme por pensar que recibiría algo de enseñanza. Bueno, estoy harta de esperar. Si nadie quiere averiguar cómo desatar mi habilidad, yo lo descubriré por mi cuenta. Y si tienes algún problema con eso, puedes… puedes llevarlo ante tu padre.

De alguna manera logré mantener mi mirada fulminante, a pesar de que de inmediato lamenté mis palabras. ¿Qué acababa de decir? La última cosa que quería era que Lucas hablara con su padre sobre mí, sin importar el tema.

Pero mientras lo miraba, la diversión se unió a la impaciencia en su rostro, y una vez más la ira brotó en mi interior. Con un ridículo e indigno «Jum» me di la vuelta y me alejé de él. No era una de sus cortesanas, y me negaba a soportar sus provocaciones.

Por supuesto, solo fue más tarde, cuando mis emociones se enfriaron, que admití que de seguro necesitaba abstenerme —más de lo que uno de sus cortesanos necesitaba— de ofender a un miembro de la familia real. Si tan solo verlo no me exasperara tanto. Pero sabía que en realidad eso no era una excusa. Mi seguridad y la de mi familia deberían pesarme más que un par de ojos irritantes.

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