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Primas cupcake capítulo 7

Publicado el 22 de enero del 2024

Capítulo siete

Las cosas no siempre van granizadas.


Una vez que administró suficientes vendajes, abrazos y caricias en el estómago, Delia escoltó a sus pacientes fuera de la cocina. Willow encontró el contenedor de plastilina de Dulce William y acomodó a su hermano en el pórtico cerca del abuelo, donde podía moldear a las personas que él llamaba la familia Plastilina. Bernice se acostó a sus pies, manteniendo —según lo que pensaba Willow— una intensa vigilancia en Mamá Gansa.

De vuelta en la cocina, las primas subieron los baldes al mesón y comenzaron a lavar algunas de las frutas. Con tantos arándanos frescos, Willow y Delia decidieron que era la oportunidad perfecta de mostrarle a la tía Rosie lo que podían hacer en la cocina. ¿Y qué mejor manera de impresionar también a Cat, mientras lo hacían?

—Podríamos hacer un pie—sugirió Delia—. A todos le gustan los pies, ¿no?

—Eso tomaría mucho tiempo —dijo Willow, limpiándose las gotas de sudor de su frente—. El abuelo dijo que Cat fue al banco. No tenemos idea de cuándo va a volver.

—Armemos un pastel de frutas —ofreció Delia—. Es más rápido.

Willow se jaló la camiseta e intentó enfriarse.

—¡Ey, lo tengo! Hoy hace calor, ¿por qué no hacemos helado de arándanos? O aún más rápido, ¡hagamos unos granizados!

Willow señaló hacia el otro extremo de la cocina, donde una anticuada licuadora estaba ubicada en la encimera. Brillaba de aquella mañana resplandeciente, como si estuviera guiñándoles un ojo para que se acercaran.

—Eso es genial —coincidió Delia—, cogeré el hielo y algo de yogurt, tu termina de lavar los arándanos.

Las primas se ocuparon, pareciéndose a un par de chefs profesionales. Sacaron con la cuchara el yogurt. Metieron los arándanos. Agitaron el hielo. Delia y Willow estaban a tan solo segundos de tener, un manjar fresco y frío, confiaban que sus granizados asombrarían a todo aquel que tuviera la suerte de probarlo.

—La tía Rosie amará estos —dijo Delia. Midió la cantidad justa de miel, luego empujó los ingredientes hacia abajo con su cuchara—. ¡Estamos en camino de poder despedirnos con un beso de esos vestidos de niñas de las flores!

—Y cuando Cat los pruebe, ¡verá lo increíbles que somos! Entonces nos ayudará a cocinar para la boda —Willow sonrió mientras colocaba la tapa y accionaba el interruptor—. ¡Adiós, rosa!

Aunque era más como: ¡Hola, purpura!

Brrrr, zzziiiiip, luego ¡BUM!

La tapa de la licuadora salió volando como un cohete. Y el granizado le siguió. Aguanieve de color azul violáceo salpicó las paredes blancas de la cocina, manchando a las primas, que tenían los ojos muy abiertos, con baba de fruta.

Willow y Dellia observando las estrellas
Ilustración por Brooke Boynton Hughes

—¡Oh, no! —gritó Delia, cubriéndose con las manos su cara ya morada.

—¡Apágala! —chilló Willow, cuyo cabello se había vuelto ligeramente purpura.

—¡Tú hazlo!

—¡No puedo encontrarlo!

Las manos de ambas niñas alcanzaron el interruptor al mismo tiempo. Y en el pesado silencio que siguió luego de aquel ruidoso zumbido, ninguna de las primas se atrevió a hacer algo más que respirar. Cuando Willow finalmente miró a Delia, una carcajada brotó de su pecho y sonó como la misma licuadora. Delia también resopló de la risa, extendió un dedo y limpió el granizado que había en la mejilla de Willow.

—Delicioso —logró decir Delia entre hipidos histéricos—, ¡y tan refrescante!

¡Pum!

La puerta mosquitera se cerró de golpe, y allí estaba Cat, parada en el umbral de la puerta con el señor Henry.

—… tan útil por estos lados —estaba diciendo—. Quería ver si podías arreglar mi vieja licuadora…

Willow y Delia saltaron como si Cat las hubiera chuzado a ambas con una espátula caliente. Comenzaron a correr en todas direcciones, cogiendo toallas de papel, trapos, y cualquier cosa que pudieran agarrar para limpiar la mugre purpura.

El señor Henry y Cat permanecieron allí parados en completo silencio, perplejos, mientras las niñas limpiaban frenéticamente. Y no fue sino hasta que Willow estaba pasando un trapo sobre los azulejos blancos de la pared, que notó un pedazo de papel pegado a la parte trasera de la licuadora. Le dio un codazo a Delia para que también lo viera. Y limpiando una plasta amorfa de arándanos, leyeron las palabras.

¡NECESITA REPARACIÓN! ¡NO TOCAR!

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