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El ala de la reina cap 5

Publicado el 19 de enero del 2024

Capítulo cinco


No fue sino hasta que el griterío me despierta, que me di cuenta que debo haber llorado hasta quedarme dormida. Mis ojos me arden y un palpitante dolor de cabeza sordo se instaló en la base de mi cerebro. Me siento, parpadeando en la oscuridad y en el desconocido camarote. Otro camarote.

Nerysse está muerta, y es mi culpa.

Me petrifico, respirando rápidamente. Los gritos continúan, pero son interrumpidos por otras voces.

Shae. Ese es Shae, su tono frío y formal, aunque decidido, atraviesa los rugidos.

Y Jondar, quien a pesar de su enojo habla con calma y decisión.

Entonces, ¿quién está gritando?

Me levanto, horrorizándome al descubrir que me tiemblan las piernas. Con absoluta determinación me obligo a ser fuerte, a no entrar en pánico o pensar en Nerysse. No ahora.

Petra está sentada junto a la puerta, pero se levanta de un salto cuando aparezco.

—Su alteza. Les diré que bajen la voz.

Niego con la cabeza.

—Pienso que ya es muy tarde para eso, ¿no crees?

Petra presiona su mano en el panel y la puerta se abre deslizándose, bañándonos en luz. Parpadeo al ver el grupo de hombres fuera de la puerta, todos armados, y todos enojados.

Dan, Jessam y Thom tienen sus armas en las manos, pero también las tienen los cuatro hombres de Jondar. Aquello no ayudará en nada y un tiroteo con los anthaeses será una pesadilla diplomática, pero eso no parece habérsele ocurrido a alguien. Shae tiene los brazos cruzados sobre su pecho, y su mirada inmutable fija en el rostro de Jondar. El príncipe permanece parado como si estuviera perfectamente relajado, pero sus ojos arden, y sus brazos cuelgan a sus lados con los puños apretados. La tensión hace que mi piel se tense sobre mis huesos.

Todos quedan en silencio y me miran, como si de alguna manera los estuviera importunando. Oh sí, yo soy la intrusa aquí. Si hubieran hecho esto en casa, mi padre los habría mandado a trabajar limpiando los establos y cambiando los cárteres más sucios de cada una de las alas.

¿Y yo?

Yo estoy exhausta y miserable. Ya tuve suficiente. No tengo la energía para ser la gracia personificada, aun, si para empezar, tuviera la habilidad de serlo.

Recuerdo a mi madre sorprendiéndonos, años atrás, cuando Zander había pintado a Luc con algo verde y brillante y estaba comenzando a pintar a Art. Yo era una inocente espectadora —bueno, casi—, pero aquello no importaba. Tenía esa mirada, una que nos atravesó a cada uno. Una mirada que no admitía mentiras o encubrimientos. La uso ahora. Incluso me las arreglo para imitar algo de su voz.

—¿Qué está sucediendo aquí?

—Princesa, yo me encargaré… —comienza Shae, pero Jondar se coloca a mi lado cortándolo.

—Lidiaremos con esta atrocidad de inmediato, tengo a mi mejor gente en ello, princesa.

Shae lo fulmina con la mirada.

—Para empezar hasta donde yo sé, una de vuestras «mejores gentes» le dio el vino.

—Suficiente —digo—. Esto no resuelve nada, capitán.

Shae de repente toma la posición firme, antes de darse cuenta que soy yo, como si oyera a un fantasma, una voz del pasado. Su mirada fulminante se vuelve hacia mí, mezclada con incredulidad. Sé que está enojado —con Jondar, y ahora conmigo—, y no creo que esté pensando bien. Eso en sí era todo un shock, él siempre estaba tan calmado y fuerte.

Sé cómo debo verme en estos momentos, desaliñada y exhausta, no como una princesa debe verse. Estoy tan cansada que ni siquiera puedo reunir la fuerza necesaria para levantar la voz, pero por alguna razón eso no importa. Ambos hacen silencio, concentrados solo en mí. Esto es nuevo. Quizás, después de todo, soy una comandante. O puedo serlo. Quizás hay más de mi madre en mí de lo que creí. Respiro profundo para serenarme. ¿Qué más habría hecho ella? Pensar las cosas bien, eso habría hecho. Solucionarlo. Sobre todo, se habría hecho cargo.

Entonces necesito hacerme cargo mientras tengo la oportunidad.

—El vino era un regalo. ¿De quién?

—De la señorita Elara —responde Jondar y se sonroja—, pero realmente…

—Entonces necesitamos hablar primero con Elara. ¿Dónde está?

Ambos hombres miran el suelo, las paredes, cualquier lugar menos mi rostro.

—Está confinada en su cuartel, su alteza —dice Shae finalmente—. Todos los pasajeros lo están. De inmediato nos encargamos de eso.

Entonces, ¿acabo de descubrir la razón del griterío? Porque, a pesar de que Shae tiene la jurisdicción de protegerme, eso probablemente no incluye encerrar a la nobleza anthaés en sus cuarteles. Le lanzo una mirada reprobadora y él solo luce desconcertado. No está acostumbrado a esto. Siempre hacía lo que él decía, o al menos lo apoyaba. La culpa me punza el pecho, pero la hago a un lado sin compasión. No tengo tiempo para esto. No es sobre él. No es sobre alguno de ellos.

—¿Creéis posible que Elara haya planeado esto? —pregunto, manteniendo mi voz calmada y regular, sin amenazar.

Es una pregunta directa, pero este es momento de ser directos. Jondar niega inmediatamente con la cabeza, una reacción instintiva, y probablemente la correcta, creo.

—Necesito hablar con ella —le digo. No es una petición.

Para su crédito, Jondar luce algo más que un poco preocupado ante la idea. La justicia vairiana es famosa. En casa, estaría en todo mi derecho de demandar un duelo, en el cual Elara —quien apuesto nunca ha levantado nada más afilado que un cuchillo de mesa— no tendría la esperanza de ganar. Es una preocupación legítima. Quizás es por mí, por lo que puedo estar planeando. Pero de alguna manera dudo que sea por ella.

—Elara nunca se involucraría en esto. Sus credenciales son impecables, su alteza.

—Entonces vamos, hablemos con ella, y lo descubriremos.

Jondar toca a la puerta antes de abrirla y yo me encojo. ¿Qué está intentando hacer? ¿Advertirle que venimos? Claramente, los anthaeses no tienen idea de cómo lidiar con este tipo de cosas. Diviso a Shae, quien luce aún más enojado de ser posible. «Al borde, y por lo tanto inútil», diría mi padre. Shae es mejor que esto, o debería serlo.

El enojo no ayuda a nadie en esta situación. Además, es mi acompañante quien está muerta. Nerysse, quien solo había sido amable y maternal, mi acompañante. Mi amiga. Shae también creció con ella cuidándolo. Ella cuidaba a muchos de los huérfanos de guerra que se convertían en pupilos de nuestra familia.

Increíblemente, Shae lo está sobrellevando mucho peor que yo. La aflicción también es una pasión, y los vairianos siempre son pasionales.

—Quedaos aquí —le digo.

—Princesa…

—Shae —Coloco solo la advertencia necesaria en mi voz, y para mi sorpresa él retrocede, apretando la mandíbula, pero no discute. Sigo a Jondar hacia el interior.

Elara luce terrible. Su cabello perfectamente arreglado está desordenado, su cara manchada de lágrimas y maquillaje, sus ojos hinchados y rojos. Me tomo un tiempo para examinarla en silencio, una deliberada táctica de dominancia, manteniendo mi rostro impasible e ilegible. Espero.

Y no toma mucho tiempo.

—No hice nada —gime Elara, retorciéndose las manos—. Es verdad que os di el vino, pero no sabía nada sobre el veneno. ¿Por qué querría hacer eso? Jondar, decidle. Por favor, decidle. No dejes que esos salvajes me lleven. No hice nada.

«Salvajes». Encantador. Eso es lo que se puede esperar de la nobleza anthaesa. Pero, por otro lado, considerando la manera en que mis guardias la están fulminando con la mirada desde el umbral de la puerta, quizás Elara tiene el derecho de estar asustada.

Aunque si está actuando justo ahora, tiene la vocación equivocada. Es una maestra del arte.

—¿Dónde conseguisteis el vino?

¿Dónde? No lo sé. Hablé con mi secretario y él lo consiguió —Incluso suena indignada por un momento, justo lo que esperaría de ella, y luego su rostro se desmorona de nuevo. Comienza a sollozar nuevamente, hipando entre las palabras —. Yo solo… solo quería algo… lindo para…

Lindo… para mí… lo dudo. Ella quería algo impresionante, costoso, algo que me colocara en mi lugar y mostrara su poder.

—¿Dónde está el secretario? —pregunto, pero Jondar ya está hablando por el pequeño intercomunicador que lleva en su muñeca. Levanta la vista, encontrando mi mirada sin vacilar.

—Todos están confinados en sus cuarteles. Debería estar aquí, o cerca. Elara nunca tiene a sus sirvientes muy lejos de ella. Esperad.

La voz que responde es metálica y confusa, pero puedo entender lo suficiente.

—Camarote 410, interior, justo al lado vuestro.

Justo al lado nuestro. Estoy lista para dar una orden, pero Shae ya se está moviendo. Todos lo están, mis guardias, la gente de Jondar. Es caótico. Incluso Elara salta rápidamente de la cama en alarma cuando la puerta al otro lado del corredor se abre de golpe y disparos de plasma estallan en el pasillo.

Algo duro y firme se estrella contra mí y caigo bajo un cuerpo. Me toma un momento darme cuenta que es el cuerpo de Jondar. Me sujeta contra el suelo, escudándome.

Lo empujo y es como si empujara una roca. ¿Qué carajos cree que está haciendo? ¿Protegiéndome? Por otro momento solo hay ruido, amortiguado y terrible, entonces se detiene.

Todo queda en silencio. Todo. Por fin Jondar se levanta y puedo volver a respirar. Me coloco de pie, le lanzo al príncipe una mirada fulminante, y corro hacia la puerta sintiéndome furiosa con él, con todos ellos.

—¡Retroceded! —grita Shae—. Asegurad esa habitación. ¿Thom, cayó? ¿Thom?

Hay un cuerpo desparramado en el piso del estrecho camarote de enfrente, sus brazos están extendidos a cada lado y dos rifles de plasma están junto a él.

El secretario de Elara, supongo. Está muy, muy muerto.

Fantástico.

El silencio cae sobre nosotros como una gruesa manta en verano. Me aclaro la garganta.

—¿Sabéis que pudimos haberle hecho preguntas? —le digo a Shae con tono mordaz. Una vez más la voz de mi madre—. Solo algunas. Solo las pertinentes. Pero ahora no podemos.

Shae frunce el ceño, sin arrepentimiento.

—¿Qué esperabas? ¿Qué simplemente os dejáramos pararos allí haciendo todas esas preguntas mientras os disparaba?

Vuelvo mi mirada asesina hacia él, porque tiene razón, pero, rayos, también yo. De esta forma todos perdemos.

Excepto quien quiera que sea que me quiere muerta. Bueno, por ahora. Un comandante haría preguntas, encontraría las respuestas. Lo que sea que se necesite. Eso es lo que debo hacer. Concentrarme, enfocarme. Ponerlos a trabajar en este momento y descubrir quién está detrás de esto.

—Registrad la habitación. Sus pertenencias. Obtened sus accesos personales y su historial de comunicación. Todo —Dar órdenes era tan fácil como parecía. Ciertamente, me da algo que hacer ya que ellos no me dejarán hacer algo más.

Es entonces cuando recuerdo a Jondar. Está mirándome fijamente con el rostro tan pálido que bajo otras circunstancias habría sido cómico. Pero no lo es. No realmente.

—¿Príncipe Jondar? ¿Con vuestro permiso?

—¿Mi… mi permiso, princesa Belengaria? —Se ve perdido. Y Elara aún está gimoteando, su voz es peor que la de una sirena, lo cual no ayuda. Él no sabe qué hacer, así que en cambio recurre a mí. Lo aproveché.

—Vuestro permiso para registrar el camarote del asesino y sus pertenencias. Vuestro permiso para continuar —En realidad, no estoy a cargo aquí, y tampoco puedo hacerme cargo. No oficialmente.

Jondar tiembla, como alguien que sale de una pesadilla y el enojo borbotea en su mirada. Ah, sí, así está mejor. Pero, ¿qué es lo que vi antes de eso?

—Permiso concedido, princesa. Olden, Fent, ayudadlos —Dos de sus guardias se inclinan bruscamente y Shae también les ladra instrucciones. No me muevo, solo dirijo mi paciencia hacia él. Esa es mi arma. Jondar se rinde casi tan rápido como Elara—. Esto nunca debió haber sido posible. No somos personas violentas, su alteza. Llevar tales armas, dirigirlas hacia otros…

No, no los anthaeses. La violencia no es su método. Para eso son los vairianos. Por otro lado, el vino envenenado… me trago algunos comentarios que solo habrían empeorado las cosas.

—Estas cosas pasan en la guerra, príncipe Jondar —le digo—, y los gravianos están en guerra con todos nosotros —Elara se limita a sollozar dolorosamente, un bulto de hermosa ropa y nervios alterados—. ¿Podemos encontrarle un doctor y algunos sedantes?

—Sí, por supuesto —Habla nuevamente por el intercomunicador de su muñeca, relatando un corto reporte y solicitando al médico, quien llega unos minutos después y se apresura a llevarse a Elara. Dos guardias de seguridad van con ella.

—¿Son todos vuestros viajes tan memorables? —le pregunto a Jondar.

Suelta un suspiro.

—No usualmente —Su intercomunicador pita y al revisarlo su rostro se endurece—. Casi estamos listos para entrar en espacio anthaés. El transbordador real de nuestro planeta está programado para encontrase con nosotros en órbita y el antháem estará a bordo. Debería dejaros arreglarse y arreglar vuestro vestuario.

Demasiado pronto. Por un momento me sentí útil, provechosa, capaz. Ahora… ahora se terminó. Solo he estado engañándome, creyendo que me dejarían involucrarme en la investigación, y ¿ahora, en nombre de todos mis antepasados, se supone que me coloque uno de esos ridículos vestidos yo sola? Pero no puedo decirle eso. No, tendré que encontrar algo sencillo. Con suerte algo de mi ropa se las arregló para viajar de polizón en medio del montón de encaje.

Pienso en Nerysse y la bilis sube por mi garganta. Ella me habría ayudado, me habría guiado de tantas maneras. Nerysse había memorizado todas sus costumbres en la corte, todos mis deberes y horarios. Yo nunca los miré completamente porque estaba tan segura de que ella se encargaría de todo. Y ahora… ahora está muerta. Nunca la veré de nuevo. Nunca descubriré quien estuvo realmente detrás de esto Nunca lo sabré.

Aprieto mis puños, tan fuerte que mis uñas se clavan dolorosamente en mis palmas, y empujo lejos el dolor y el creciente pánico que viene con él. Lo encierro todo.

La política no espera a nadie. No a mí. No a la investigación. No a la muerte. La nave se dirige rápidamente hacia Anthaéus y hacia mi futuro esposo.

—Muy bien —Me yergo, envuelvo mi columna con acero y me prometo a mí misma que saldré de esto. Tengo que hacerlo. Sin Nerysse.

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