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Voz de poder capítulo 7

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 15 de enero del 2024

Capítulo siete


—Thornton debió haber intervenido antes —dijo Córalie sonando enfurecida mientras me ayudaba a cojear por los jardines—. Eso fue una masacre.

—Gracias —dije secamente.

Me lanzó una sonrisa arrepentida antes de hacer una mueca ante la vista de algo en mi cara. Levanté mi mano para tocar el punto donde sus ojos habían permanecido y también hice una mueca. Eso iba a ser un gran moretón.

—Bueno era claro que no sabías lo que estabas haciendo, y después de todo se supone que él debe instruirnos. Solo es porque es un Stantorn —murmuró—. Cree que todos deberíamos ser tan fuertes como él y Weston.

—Estaba probándome —dije.

—¿Quién? ¿Thornton o Weston?

Me encogí de hombros y una vez más hice una mueca ante el dolor que atravesó mis hombros. Tenía moretones y dolores en lugares que nunca antes había sentido.

—Ambos.

Otra campana repiqueteó y noté que éramos las últimas que aun estábamos afuera, nuestro paso era más lento que el de los demás. Sin duda los otros ya estaban comiendo en el comedor. Mi estómago retumbó ante la idea, sin ser disuadido por el dolor ya que me había perdido el desayuno y también la mayoría de la cena de anoche.

Pero cuando crucé las puertas principales tambaleándome, Córalie frunció el ceño y me jaló en la dirección opuesta a la comida.

—Creo que debería llevarte a la enfermería. Tenemos permitido ir si luego del entrenamiento estamos en muy malas condiciones.

Mi estómago retumbó de nuevo, pero dejé que me guiara hacia delante. Nunca antes había visto a una sanadora, aunque había hecho que mi madre me describiera como había sido la clínica una y otra vez. Y ahora iba a tener la oportunidad de ver a una en acción. Tampoco me quejaría de que todo este dolor fuera aliviado. Me había caído tantas veces que mis moretones debían tener moretones.

—Por todos los cielos —dijo una mujer joven de aspecto agradable cuando Córalie empujó la puerta que estaba a mitad del pasillo y me acomodó en un asiento—, solo es la primera semana, ¿no? Creí que se suponía que Thorton estaría facilitándoles el entrenamiento, dándoselos poco a poco.

Córalie colocó las manos en sus caderas.

—Weston tenía otras ideas.

La mujer ocultó lo que parecía ser una sonrisa ante la indignación de la chica Cygnus.

—Sabes cómo son esos Stantorn, Córalie.

Córalie suspiró y se dejó caer en otra silla.

—Elena, ella es Acacia. Es una Ellington, pero viene de Ábalene, como mi familia —Mencionó una gran ciudad sureña cerca del río Overón—. Es una buena persona.

—Gracias por esa deslumbrante declaración, Córalie —dijo la mujer con seriedad. Volvió su atención hacia mí—. Y ¿quién eres tú? No te reconozco… —Su voz se fue apagando y sus ojos se ampliaron mientras, sin lugar a dudas, sumaba dos más dos.

Me las arreglé para sonreír débilmente.

—Soy Elena, de Kíngslee.

—Kíngslee —susurró la palabra—. Entonces es cierto.

—Lo que significa que en verdad le servirá toda la ayuda que puedas darle —Córalie le lanzó a Acacia una mirada significativa, y la sanadora asintió, aunque sus curiosos ojos aún estaban sobre mí.

—Tienes suerte —dijo—. Estoy bien abastecida a estas alturas del año, así estarás sintiéndote como nueva antes de que lo sepas.

Cuando sonrió y la sonrisa en verdad llegó a sus ojos, quise abrazarla. Luego de la forma en que Weston me trató había comenzado a pensar que Córalie podría ser la única maga en todo el reino dispuesta a darme una oportunidad. Bueno, Córalie y Lorcan, el director de la Academia. Pero estaba bastante segura que su interés se limitaba a mi uso de magia y no se extendía a mí como persona.

Acacia trabajó con velocidad, seleccionando tres diferentes tiras de pergamino enrollado, dos del mismo largo de uno de mis dedos y el tercero de la mitad de ese largo. Los rasgó en una rápida sucesión, y movió sus dedos hacia mí tan pronto como lo hizo.

Una neblina fría respondió a su movimiento, fluyendo por el aire hasta posarse sobre mi piel antes de hundirse más profundo. La primera oleada vino con un agudo dolor, pero la segunda trajo un adormecedor alivio. Y en minutos, me sentí completa y fuerte de nuevo. Extendí mis brazos y los examiné. No había moretones ni marcas a la vista.

Levante mi mirada hacia la sanadora.

—Eso fue increíble.

Sonrió.

—Gracias. Aunque en realidad eso fue bastante simple.

Frunció el ceño mirando brevemente los restos de pergamino que había en su mano como si por alguna razón la irritaran. Con un rápido movimiento los tiró dentro de un pequeño contenedor que había en la mesa larga tras ella.

—No te preocupes, Acacia —le dijo Córalie dándole un palmadita en la espalda—. Si fueras más fuerte, estarías trabajando en el frente en vez de estarte relajando aquí con nosotros.

Acacia sonrió, aunque una sombra aún acechaba en sus ojos.

—¿Sabes?, en realidad me gustaría ser capaz de ayudar en el frente donde mis servicios serían más necesitados. En primer lugar, es por eso que quise convertirme en sanadora —Negó con la cabeza hacia Córalie—, pero supongo que ustedes no son tan malos.

Córalie se rió.

—Ese es el espíritu —Se volvió a verme—. Si nos apresuramos, aun deberíamos poder llegar al almuerzo.

De inmediato me levanté, y las otras dos se rieron.

—La curación a mí también me da hambre siempre —Córalie me empujó fuera, hacia el corredor y luego se marchó caminando rápido. La seguí de cerca—. Y también te perdiste el desayuno, ¿no? ¡Pobrecita!

Una hilera de aprendices ya estaba dirigiéndose en la dirección contraria, pero entramos y nos ubicamos en dos sillas antes de que los criados llegaran a las mesas de los de primer año para recoger las bandejas de comida. Nos servimos rápido un plato y comenzamos a devorar la comida.

Durante los primeros bocados no sentí nada más que alivio. Luego le siguió el asombro. Nunca antes había probado una comida tan rica y variada. Los sabores de las salsas eran intricados y las bandejas contenían tres tipos de carne diferentes. Casi gemí cuando mordí el rollo más suave y esponjado que hubiera comido. ¿En verdad iba a ser alimentada así todos los días?

Pero a medida que mi estómago se llenaba me volví más consciente de la habitación. Córalie nos había conducido a una mesa vacía, quien quiera que había comido aquí ya se había ido, pero aún podía escuchar los susurros a mi alrededor y sentir las miradas en mi espalda.

—¿Es mejor si no miro? —le pregunté en un susurro a Córalie.

Hizo una mueca.

—Seguramente. Pero no te preocupes, con el tiempo todos se acostumbrarán a ti.

Fruncí el ceño. Eso si estaba el tiempo suficiente. Lorcan había dicho que pertenecía aquí, pero ¿por cuánto tiempo? Había descubierto que sin duda era el director de la Academia, lo que significaba que de hecho debía ser alguien muy importante, con un lugar en el Consejo de Magos. Pero solo era una cabeza de diez en el consejo. Y eso era sin considerar a la mismísima familia real.

El príncipe había dejado claro cómo se sentían, y aquello no parecía presagiar algo bueno para mí. Una vez más luché contra el impulso de mirar a la mesa de al lado donde Lucas estaba sentado. Sus ojos ya no me seguían como lo habían hecho ayer, pero seguía siendo consciente de su presencia en todo momento.

Córalie me dirigió una mirada y pude ver todas las preguntas acechando en sus ojos, luchando por ser liberadas. Había sido más que amable conmigo, y quería darle permiso de hacerlas, pero me contuve. Yo también tenía muy pocas respuestas.

Muy pronto Córalie volvió a jalarme fuera del comedor.

—Rápido, la campana sonará en cualquier segundo.

Corrimos por el corredor y entramos a toda velocidad a una habitación, ubicándonos en una mesa doble justo cuando sonó la campana. Córalie dejó salir un suspiro de alivio y luego centró su atención en el frente de la habitación con la espalda recta. Recordé lo que dijo antes, en la mañana, sobre lo mucho que prefería las clases de composición de la tarde.

En nuestra loca carrera no había asimilado nada, así que me tomé un momento para ahora mirar a mí alrededor. La habitación tenía varias ventanas grandes que dejaban fluir la luz en el interior espacioso; cuatro hileras, cada una con cuatro escritorios dobles, daban al frente de la habitación, pero solo las primeras dos filas estaban ocupadas. Córalie y yo compartíamos una mesa, al igual que cuatro parejas más de estudiantes, solo Weston y el príncipe se sentaban solos.

Para mi gran consternación, el príncipe tenía la mesa exterior de la segunda fila, lo que lo dejaba junto a nosotras. Sentí sus ojos penetrándome, pero me rehusé a darle la satisfacción de ver que lo había notado. En cambio, examiné los otros aprendices.

En la fila de al frente, la chica de aspecto ansioso que había distraído a Córalie estaba sentada junto a una chica alta y elegante cuyo porte era como si estuviera sentada sola. El sorprendente contraste capturó mi atención y Córalie se inclinó para susurrar en mi oído.

—Se ven raras la una junto a la otra, ¿no? Aunque no debería burlarme. Pobre Araminta, estoy segura que sentarse junto a Dariela solo la hace estar más aterrorizada.

Ah. Entonces la chica ansiosa era Araminta, la aprendiz débil proveniente de una familia menor como la de Córalie. Sin embargo, no reconocí el nombre de Dariela.

—Dariela es una Ellington —dijo Córalie sin necesidad de que tuviera que preguntar—. Ya sé que aún son los primeros días, pero si me preguntas ella va a liderar la clase —Sonrió—. Weston lo odiará. Un poderoso Stantorn siendo opacado por una Ellington.

Asentí como si supiera de qué estaba hablando, cuando de hecho no tenía ni idea. Puede que conozca los nombres de las cuatro grandes familias de magos, pero eso no quiere decir que supiera las sutilezas de las dinámicas entre ellos.

Córalie se inclinó más de cerca para susurrar de nuevo, pero una tos mordaz proveniente de la parte delantera del aula la hizo enderezarse y asumir una postura seria. Puede que le gustara esta clase, pero podía notar que el instructor la hacía sentirse un poco nerviosa. Y podía ver porqué.

Nos miró a todos con una expresión enojada, como si fuéramos una molestia en su día. Y, o lo estaba imaginando o sus ojos permanecieron más tiempo en mí. Cuando habló, con certeza estaba mirándome.

—Soy el instructor Redmond de Stantorn. Enseño composición.

Asentí intentando verme aplicada. Su voz sugería que solo estaba molestándose en dar la introducción completa porque estaba seguro de que era una total inepta. Y por desgracia, no me gustaban mis probabilidades de convencerlo de lo contrario a pesar de haber sido la mejor de mi clase en la escuela de Kíngslee.

Pero la escuela de Kíngslee solo les enseñaba a los estudiantes hasta los diez años. Allí habíamos aprendido nuestros números y de qué aritmética mental éramos capaces. Habíamos estudiado geografía —usando mapas llenos de símbolos en vez de palabras— y aprendido la historia y las leyes de Ardann de memoria. El profesor no había necesitado enseñarnos el sistema simple de símbolos usados en las señalizaciones y mercados, esos ya los habíamos aprendido de nuestros padres.

Por supuesto no se nos enseñó nada de lectura, escritura o composición mágica.

La mirada de Redmond recorrió el resto de la clase.

—Ya hemos visto suficiente teoría, es tiempo que todos realicen sus primeros intentos de componer una obra mágica. Desde luego comenzaremos con las palabras dominantes. Luego produciremos un pergamino que puede ser usado para la escritura regular. Como ya expliqué antes, esto es solo una expansión de las palabras dominantes.

Está vez sus ojos permanecieron en Araminta en vez de en mí.

—Y espero que esto esté dentro de todas sus capacidades —Su tono sugería que no lo creía.

Redmond se movió entre los escritorios pasándole a cada estudiante una sola hoja de pergamino. Cuando llegó a nuestra mesa, vaciló, pero la expresión en su rostro me hizo arrebatarle una en silencio. La coloqué frente a mí y miré las palabras que la llenaban. Palabras. Palabras negras, curvas y nítidas. Nunca antes me habían dado la oportunidad de mirarlas hasta saciarme, y no pude apartar mis ojos.

Un sonido proveniente de la mesa de al lado —mitad tos, mitad ahogo—hizo que mis ojos viajaran a mi costado sin pensarlo. Me encontré con la mirada del príncipe. Su mirada viajó de mí hacia la hoja frente a mí y luego negó despacio con la cabeza. Pude sentir el sonrojo que apareció en mi cara, y rápidamente me giré lejos de él, inclinándome hacia Córalie.

Había cogido una pluma y un pergamino en blanco de los pequeños suministros entre nosotras y estaba mirando hacia la hoja. Su mano sostenía la pluma con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos. Por un momento ver aquello me reconfortó, hasta que recordé que mis problemas con esta clase iban más allá de unos nervios normales.

Observé con fascinación como bajaba la pluma al papel y hacía varios trazos en una rápida sucesión. Debajo de la punta, las palabras comenzaron a formarse, cruzando la página de izquierda a derecha. Solo una vez volvió a mirar la hoja que nos habían dado, justo antes de terminar sus palabras con un gran punto, el cual ejecutó con un ademán ostentoso. Por un segundo su pluma permaneció allí suspendida, sobre la página, y luego se echó hacia atrás con un suspiro satisfecho.

Miré sus palabras y luego las de la hoja frente a mí, luego otra vez las de ella. La forma de las letras era ligeramente diferente, pero creo que su primera línea iguala a la que me habían dado. Aunque no es como si tuviera idea de lo que decía.

—Felicitaciones, Córalie —dijo una voz poco impresionada detrás de nosotras—. Dio el primer paso.

Ambas levantamos la mirada hacia el instructor Redmond. Cuando ninguna de nosotras se movió, levantó las cejas.

—Creo que había más en el ejercicio.

Córalie tragó, asintió y agachó su cabeza sobre el pergamino. Redmond se volvió hacia mí.

—¿Hay algún problema, Elena de Kíngslee?

Quise decir: «Sí. Todos los demás aprendices tuvieron días de teoría antes de esto, y usted no se ha molestado en explicarme nada».

Pero me tragué las palabras. Era obvio que estaba consciente de ello, y sospechaba que también estaba consciente de que ninguna cantidad de explicaciones me habría ayudado. Por centésima vez me recordé de no espetar mis pensamientos en este lugar.

En cambio, respiré profundo y bajé mi mirada hacia la mesa.

—No puedo leer esto, señor. Y tampoco puedo escribir. Nunca me enseñaron como.

Un ligero movimiento me hizo mirar al lado. Esperaba ver el disgusto y desprecio en el rostro del príncipe, pero en cambio apartó la mirada rápidamente, como si estuviera avergonzado de haber sido atrapado mostrando algo de interés.

—Ya veo —dijo Redmond arrastrando las palabras—. En ese caso no tiene lugar en esta clase, tal y como le informé a Lorcan.

Me mordí la lengua y no me moví. Toda la clase se había quedado en silencio y muchos estaban mirándome abiertamente. Quise atacarlos verbalmente a todos —no era mi culpa que no pudiera leer o escribir—, pero solo podía imaginar lo inútil que sería.

Redmond soltó un suspiro exagerado.

—Hasta que pueda leer y escribir no tendrá un lugar aquí. Puede buscar a Jocasta en la biblioteca para que la instruya. Dígale que Redmond la envió —Un ligero cambio en su entonación dio a entender que disfrutaba mandarme a otro instructor, en particular a esta. Era obvio que no sentía gran cariño por ella.

Miré de reojo a Córalie y recordé que había mencionado a Jocasta temprano en la mañana. La única Cygnus que alguna vez obtuvo un rango alto como el de instructora de la Academia, o algo así. Lo que podría explicar el placer de Redmond al enviarme con ella.

Córalie se movió como si quisiera acompañarme, pero Redmond fijó en ella una mirada tan amenazadora que volvió a acomodarse en su asiento dirigiéndome un gesto arrepentido. Me encogí de hombros y le di una pequeña sonrisa tensa antes de apresurarme a salir del salón.

Tan pronto como la puerta se cerró detrás de mí, respiré profundo para calmarme, sintiéndome libre del peso de tantas miradas reprobadoras. Solo deseaba saber dónde encontrar la biblioteca.

Deambulé por el pasillo y luego por las escaleras, preguntándome si estaba rompiendo alguna clase de regla al hacerlo. Ciertamente no veía ninguna otra túnica blanca merodeando a mi alrededor, pero una chispa rebelde se había encendido en mi interior. Todos seguían diciéndome que no pertenecía aquí, y tenían razón. Estaba atrasada en cada aspecto, pero solo una casualidad de nacimiento era responsable por eso.

No era menos inteligente ni más débil que cualquiera de ellos. Y si pensaban que huiría con la cola entre mis piernas, estaban equivocados. Si me iban a conceder la habilidad milagrosa de aprender a leer y escribir, la agarraría con las dos manos. Pasé frente a una puerta que estaba algo entreabierta, la vista del interior me era familiar. Me detuve y miré la sala de espera de Lorcan.

Aquello me trajo de vuelta a la realidad. No estaba aquí porque me hubiera rehusado a huir. Estaba aquí porque no tenía otra opción, y no tenía idea de por cuanto tiempo me permitirían permanecer aquí. Tampoco tenía elección en eso.

Me enderecé. Aunque sí tenía una opción. Podía elegir que hacer mientras estuviera aquí, y planeaba aprender. Planeaba aprender tanto como fuera posible hasta que me sacaran arrastrándome a la fuerza o hasta que cumpliera dieciocho y me enlistara en el ejército.

Damon abrió completamente la puerta y salió al corredor, lanzándome una mirada divertida.

—¿No deberías estar en clase?

Había asumido por su comportamiento de ayer que no tenía idea de mi origen, pero las noticias ya debieron haber llegado hasta él, y no parecieron hacer alguna diferencia en su actitud hacia mí.

—Estoy buscando la biblioteca. ¿Podrías decirme por dónde?

Sonrió.

—Haré algo mejor, te la mostraré yo mismo. ¿No te dije que si necesitabas algo vinieras a mí? Nunca encontrarás al viejo Damon perdido —Se rió entre dientes—. No es como si encontrar la biblioteca fuera precisamente un desafío para mis habilidades.

—Por ahora eso es todo lo que necesito —dije. Bueno, eso y un nuevo linaje junto con toda una vida de entrenamiento. Pero hay cosas que nadie puede hacer.

Mis pensamientos sobre la familia que sí tenía, hizo que se me apretara el pecho, y los hice a un lado. Mi familia me diría que agarrara con las dos manos esta oportunidad, sé que lo harían. Justo después de que me dijeran que mantuviera mi cabeza agachada y que nos mantuviera a salvo. Si solo aquello fuera posible.

Damon habló animadamente sobre el clima, las clases y los estudiantes, pero apenas lo escuché hasta que se detuvo frente a un conjunto de puertas dobles e hizo un gesto ostentoso hacia ellas.

—Como prometí, la biblioteca.

Sonreí.

—Gracias, Damon.

—Cuando gustes, Elena. Cuando gustes.

Abrí las puertas empujándolas y entré a un lugar que ni siquiera había soñado existiera.

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