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Voz de poder capítulo 3

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 2 de enero del 2024

Capítulo tres 


—¿Mago? Aquí no hay ningún mago —Mi padre extendió los brazos hacia los lados, como si invitara al hombre a echar un vistazo a los alrededores.

—Por favor —El hombre sonaba aburrido—, no prueben mi paciencia. Rastreamos el uso de magia hasta esta casa —Miró alrededor, como si la asimilara por primera vez—. Aunque no puedo imaginar porque uno de nosotros querría esconderse aquí.

Me tensé al mismo tiempo que mi madre, pero ninguna habló.

Mi padre se encogió de hombros.

—No sé qué decirle. Aquí no hay nadie más que mi esposa y mis dos hijas —Señaló hacia arriba, hacia Clementine y luego hacia mí.

—Mire. El mago está enfermo o herido y necesita ayuda con desesperación, o en igual necesidad extrema de volver a entrenar. Parece lógico si el contragolpe pudo sentirse hasta la capital —Por su rostro podía decir cual creía que era, y que no le impresionaba ser arrastrado hasta Kíngslee al amanecer.

—Yo no…

El mago interrumpió a mi padre.

—En verdad no quiere hacer que vuelva a preguntarlo —Su rostro cambió de verse irritado a peligroso tan rápido que casi retrocedí. Pero me obligué a permanecer firme.

—La ráfaga era tan descontrolada, que algunos en la Academia querían enviar a los grises —La burla en su voz era clara, pero no pude decir si era dirigida a aquellos que habían deseado enviar a alguien más, o a los mismos magos que usaban las capas grises.

—Enviar a los grises —Negó con la cabeza—. Incluso el aprendiz más novato sabría que la ráfaga tenía control en ella —Levantó una ceja—, sin importar que tan poco haya sido.

Todos permanecimos en silencio, sin saber cómo responder a eso. El mago le hizo un gesto hacia delante a los guardias con un movimiento de sus dedos, y ellos entraron, dispersándose por la casa. Clementine casi bajó de un salto del ático para encogerse de miedo contra mi costado mientras ellos subían la escalera para hurgar nuestro dormitorio.

—Nadie quiere ese tipo de control pobre desatado en el reino —dijo el mago, siguiendo con la mirada a sus hombres—. Nos aseguraremos de que el mago sea cuidado y sus habilidades vuelvan a ser perfeccionadas. Aquello es del interés de todos —Se volvió para fulminarnos con la mirada—. No son solo los sin-sangre los que pueden causar explosiones, ¿saben? Hay una razón por la cual nuestros niños deben asistir a la Academia. Una composición mediocre tiene el potencial de causar una destrucción considerable.

¿Sin-sangre? ¿Así es como los magos nos llamaban a la gente normal?

—No hay nadie aquí, mi lord —dijo uno de los guardias, saludando al mago.

—Le dije…

Una vez más el mago interrumpió a mi padre, aunque esta vez fue con un gesto irritado. Frunciendo el ceño, metió su mano en su túnica y sacó un trozo enrollado de pergamino. Sin poder evitarlo me tambaleé hacia delante, intentando divisar cualquier palabra escrita en él. Pero el hombre lo rasgó sin desenrollarlo completamente, metiendo otra vez los pedazos en otra parte de su túnica.

Un polvo brillante se levantó alrededor de él y flotó por medio segundo en el aire. Luego comenzó a moverse, formando una corriente que rodeó a mi madre y se cerró a mi alrededor. Extendí mis manos, girándolas tanto con fascinación como con terror. El polvo se había asentado sobre mi piel como una película, así que ahora era la única que brillaba.

Los ojos del mago se ampliaron, y le gruñó a mi padre.

—¿Qué es esto? ¡Dijo que era su hija!

—Lo… lo es —titubeó mi padre ante el enojo del mago.

—Entonces, ¿quién es la madre?

—Yo, por supuesto —Mi madre puso sus manos en sus caderas, logrando verse ofendida a pesar del miedo que podía sentir manando de ella.

—¡Imposible!

La palabra del mago resonó por la habitación como un eco de mi padre. Imposible. Yo era imposible.

—La chica es una maga, mi composición no puede mentir. Recientemente compuso una obra propia —Marchó hacia mí y me agarró del brazo, dándome una pequeña sacudida—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué estas personas me están mintiendo? Es evidente que no eres su hija —Me miró de arriba abajo—. No es una sorpresa que tu composición sea tan pobre. Apenas pareces tener la edad suficiente para haber empezado la Academia, mucho menos para haberla terminado. Deberías saber que no debes practicar aquí afuera.

Comenzó a arrastrarme con fuerza hacia la puerta

—¡Espere! —Mi madre corrió a interceptarnos—, ¿qué está haciendo? ¿A dónde la lleva?

Negué con la cabeza hacia ella, no quería que nadie más en mi familia sufriera por mi anormalidad incomprensible, pero ella me ignoró.

—De vuelta a la Academia, por supuesto. Ellos pueden resolver que hacer con ella. Lidiar con aprendices reacios no es parte de mi trabajo —Sus ojos se entrecerraron mientras su mirada viajaba de mi madre a mi padre—. No sé a qué están jugando aquí con sus mentiras, pero puedo asegurarles que la Academia llegará pronto al fondo de esto. Y de pronto me volverán a enviar a aquí.

La amenaza quedó suspendida claramente en el aire, pero aun así mi madre se abalanzó hacia adelante para agarrar mi otro brazo. Por un loco momento, pensé que tenía la intención de involucrarse con el mago en una guerra de tira y afloja conmigo en el centro, pero en cambio se inclinó y habló con suavidad en mi oído.

—Sin importar lo que sea que te digan, eres mi hija, ¿entendido? Te colocaron en mis brazos el momento que naciste y nunca podría haberte confundido por otra luego de eso. Naciste de mi cuerpo y de la sangre de tu padre. No entiendo ninguna otra cosa, pero eso lo sé.

Podía ver la seguridad ardiendo en sus ojos, y asentí, ya que obviamente deseaba alguna clase de respuesta a sus palabras. Tan pronto como lo hice, soltó mi brazo y retrocedió, el mago me empujó el resto del camino hacia la puerta.

No tenía nada conmigo más que la ropa que llevaba puesta, y no tuve siquiera la oportunidad de despedirme. El mago me empujó dentro del carruaje y cerró de un golpe la puerta tras de mí, antes de montarse en un caballo. Miré por la ventana mientras el vehículo se sacudía y comenzaba a andar, la última visión de mi familia fue el rosto lleno de lágrimas de Clementine mientras ella salía corriendo, gritando mi nombre.

El carruaje debe haber sido traído en caso de que el mago que buscaban en verdad estuviera enfermo o herido, porque nadie más montó conmigo. El mago de la túnica roja y los guardias montaban en dos columnas a cada uno de mis lados, una hazaña que fue más fácil una vez nos unimos al pavimentado camino principal. El Paso del Sur iba desde la costa al sur de Ardann, pasando por el centro del reino hacia Corrin, la capital. Kíngslee podía ser el pueblo más cercano a Corrin, pero no éramos lo bastante grandes para garantizar nuestro propio camino pavimentado.

Y a pesar de nuestra cercanía, la mayoría de nosotros —incluyéndome— tampoco éramos lo bastante importantes para haber visitado la capital. Algunos escogían llevar sus mercancías a los mercados más grandes de la ciudad, pero pocos producían suficientes ganancias para hacer que valiera la pena el viaje. Un par de las familias más pudientes, iban a veces a visitar uno que otro festival, pero nosotros habíamos estado ahorrando cada moneda de cobre desde que podía recordar. Asistir a la Universidad Real no era económico, aun si eres lo bastante inteligente como para asegurarte un patrocinio oficial. Y encima de eso, para ganarse esa posición, Jasper había tenido que hacer caminatas regulares hacia la capital para tomar clases particulares desde que tenía diez años, cuando los niños ordinarios terminaban la escuela. Cada estadía duraba varias semanas y entre su alojamiento, comidas y la tarifa del tutor, las visitas consumían las monedas.

A menudo había deseado acompañarlo, solo para ver la capital por mí misma, pero nadie quería desperdiciar el dinero también en mi alojamiento y comida —no cuando ya era lo bastante caro como para seguir enviándolo—, y mi madre no quería que me regresara caminando sola.

Con toda seguridad mis padres no tenían tiempo de ir, no cuando la tienda necesitaba ser atendida todos los días. Ellos habían estado una vez en la capital, una sola vez, y con gran reticencia me habían dejado a cargo de la tienda. Jasper había ido con ellos para guiarlos, ya que en ese momento había estado en casa durante un período inusualmente largo, debido a que habíamos decidido usar el dinero para llevar a Clemmy a una clínica de sanación en lugar de usarlo como estaba destinado para su última ronda de clases.

Había estado tan emocionada por su regreso, solo para que esa noche llegaran tarde a casa, exhaustos y abatidos. Todo el dinero que habían ahorrado cuidadosamente apenas había sido suficiente para cubrir la sanación de su último ataque de resfriado común. Los sanadores dijeron que su problema subyacente era complejo, requería ser diagnosticado y tratado por un sanador experimentado. La cifra que dijeron había sido demasiado grande para siquiera contemplarla.

Así que volvimos a nuestras viejas costumbres. Todo nuestro dinero iba a Jasper, junto con todas nuestras esperanzas. Y el resto de nosotros se quedó en Kíngslee.

Mientras los kilómetros pasaban, observé por la ventana como nuestro riachuelo se unía al gran río Overón, nuestro camino nos llevó a través de un puente amplio. Esto era lo más lejos que había viajado desde casa, y aun así no podía apreciar nada de esto como se debía. Seguía reviviendo todo lo que había pasado en las últimas doce horas, terminando con las apasionadas palabras de mi madre, y el desgarrador llanto de Clementine.

Había estado demasiado sorprendida para considerarlo antes, pero ahora que tenía un momento para reflexionar, podía entender la preocupación de mi madre. La idea de que pudiera ser alguna clase de expósito o algún caso de cambio en la cuna —o incluso de que mi madre podría haberle sido infiel a mi padre— era una conclusión casi lógica. Pero había conocido a mi madre durante toda mi vida, y la había mirado a los ojos mientras me aseguraba sobre mi linaje. Le creía.

Además, no podía leer ni escribir. Aun si fuera un miembro secreto de una de las familias de magos, no explicaba cómo el poder había brotado de mí con una sola palabra hablada. No. Algo sin explicación había sucedido. La única pregunta era: ¿qué pasaría cuando los magos se dieran cuenta de la verdad?

A Jasper le tomaba tres horas caminar hasta la capital, pero el carruaje y los caballos tenían mejores progresos que él, y los primeros edificios de la ciudad aparecieron mucho antes de que hubieran transcurrido dos horas.

Aun con mi confusión y miedo, no pude reprimir completamente mi curiosidad mientras el carruaje retumbaba por el adoquín. Había soñado con el día en que me mudaría aquí para unirme a Jasper, e incluso habíamos discutido cerrar la tienda por un día, y caminar para visitar el próximo festival de verano, para así poder visitarlo. Pero ni toda la imaginación del mundo pudo haberme preparado para el tamaño. Al principio las casas y calles no lucían diferente a aquellas en Kíngslee, con la excepción de los caminos pavimentados, pero a medida que continuábamos adentrándonos en la ciudad, pronto cambiaron.

Las casas se volvieron más altas y más cercanas las unas de las otras, algunas se veían débiles por la edad y el peso de los pisos más altos. La mayoría estaban hechas de piedra gris erosionada, mezcladas con el ocasional edificio independiente de arenisca roja. Esos parecían ser edificios públicos de diferentes tipos y tenían un nivel de tráfico mucho más alto que las casas.

Algunos edificios grandes y sin ventanas debían ser depósitos, aunque no sabía si contenían mercancías pertenecientes a las familias de magos o a la selecta clase rica de los comunes. Dichos comerciantes ordinarios luchaban por mantener una igualdad de posiciones junto a sus colegas magos que tenían sus registros escritos, y a menudo había escuchado a Jasper quejarse sobre las formas en que eran engañados por las familias de magos.

Su tutor se había retirado del negocio, pero era un graduado universitario y por décadas había mantenido una posición alta con uno de esos comerciantes ordinarios. Justo el tipo de posición que Jasper pronto tendría con la clase de familia que estuviera dispuesta a pagar una suma exorbitante a cualquiera que pudiera permitirse mantener su negocio a flote sin las ventajas de la escritura.

Pasamos dos plazas de mercado, ubicadas un poco más lejos de la carretera, e incluso dos parques pequeños, las hojas de los árboles ya estaban rojas y naranjas con las tonalidades del otoño. Quedaban unas pocas flores, pero la mayoría de las casas tenían macetas, y solo podía imaginar cuan coloridas debían verse las calles en primavera y verano.

Mientras continuábamos dando tumbos por las calles, las casas dieron paso a los escaparates de las tiendas, aunque todas lucían como una versión más grande de la de mis padres en Kíngslee. Incluso la más pequeña de ellas era mucho más grande, con enormes ventanas de cristal trasparente y liso. Y cuando las tiendas fueron desvaneciéndose, las casas que las remplazaron tenían poca semejanza con las anteriores. Cada una de ellas estaba sola, con barandillas y rejas separándolas de la carretera. A través de las barras pude divisar hierba verde, fuentes y tanto arenisca roja como mármol, al igual que los segundos pisos ornamentados que se elevaban por encima de ellas.

No necesitaba un guía que me dijera que estas eran las casas de las familias de magos. El verlas casi hace que me aleje de las ventanas, un crudo recordatorio del poder que me esperaba al final de este viaje.

Pero la curiosidad ganó. Aún no había visto el palacio.

Sabía que el Paso del Sur continuaba por toda la ciudad, terminando en el mismísimo patio del palacio, pero antes de que llegáramos allá, los caballos tomaron un abrupto giro a la izquierda a través de unas puertas mucho más ornamentadas que aquellas que había en las casas de los magos. Y en vez de una simple barandilla este edificio estaba rodeado por un muro sólido, demasiado alto para ver más allá de él.

Mientras girábamos pude echarle un vistazo al palacio, que se encontraba un poco más adelante. Estaba ubicado en la cima de la colina que albergaba la capital, y había escuchado suficientes historias para saber que sus terrenos se extendían hasta el otro lado de la muralla norte de la ciudad. El Overón yacía al otro lado, protegiendo el norte de la ciudad.

Pero solo tuve tiempo para obtener la impresión del brillante mármol blanco y de las altas torres antes de detenernos en el interior del patio de nuestro lugar de destino. No me tomó más de un momento darme cuenta que esta debía ser la Real Academia de la Palabra Escrita, más conocida como la Academia de Magos, o sólo como la Academia. El lugar donde mi destino —y el de mi familia— sería decidido.

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