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Primas cupcake capítulo 8

Publicado el 22 de enero del 2024

Capítulo ocho

Tostando malvaviscos.


Más tarde, esa noche, una vez que la cena estuvo lista y el sol se ocultaba, Willow y Delia quisieron colocar algo de distancia entre ellas y la cocina de Cat. Así que organizaron un asado de malvaviscos para la tía Rosie en la playa, usando las lujosas delicias que trajeron desde casa. El abuelo accedió a ayudarlas.

—Este es el momento perfecto para sacar sus pasabocas favoritos —planeó Willow, arrastrando su maletín de lunares por la arena—. Luego ejecutaremos nuestro plan para hacer postres para la boda. Puedo mostrarle las recetas que he recolectado en mi cuaderno.

Delia asintió.

—Y aunque hicimos un desastre con los granizados, ¡aún sabía delicioso! De seguro le gusta nuestra cocina.

—¿Cómo se llama una flor que hace un desastre? —preguntó el abuelo, arrastrando por el anillo de fuego una larga pieza de madera de deriva—. ¡Una uupsi-daisy !

Willow no pudo evitar reírse. Sin importar que problemas tuviera alguien de la familia, el abuelo y la abuela creían que las flores podían hacer que todo estuviera bien. Willow imaginaba que se debía a todos aquellos años en que dirigieron su floristería, Flores Bumpus. Ambos estaban obsesionados con las flores.

Entonces, mientras sacaba de su maletín de lunares el cuaderno de recetas y pasaba algunas hojas, se preguntó si ella también estaba algo obsesionada con los postres en vez de narcisos.

—¡Yuu-huu! ¿Hay espacio para más personas en su fogata?

De repente la abuela apareció en la escalera, saludándolos con sus manos cubiertas por los guantes verdes de jardinería, y bajó marchando los empinados escalones de madera desde la casa. Detrás de ella venía toda la familia Bumpus, se parecían mucho a un desfile de circo. Bernice que tenía un collar de margaritas trenzadas, soltó un ladrido emocionado cuando vio a Willow.

—La abuela tomó algunas flores del jardín —dijo efusivamente Dulce William tan pronto él y Bernice llegaron a la fogata—. Está haciendo penas de margaritas para que usemos.

El papá de Willow ajusto su propia corona de flores amarillas y le dijo a Dulce William que eran cadenas de margaritas, no penas de margaritas.

—Pero el señor Henry dijo que era una pena que la abuela cortara tantas de sus flores —protestó Dulce William.

El papá de Willow colocó su dedo contra sus labios para callar a Dulce William. Luego desenrolló una manta y ayudó a la abuela a sentarse. La abuela dejó caer una cesta de mimbre llena de flores frescas y se ofreció a tejer un círculo de margaritas para Willow y Delia.

—¿Cómo están, queridas? —dijo la abuela, sus dedos comenzaron a trabajar con algunos tallos de margaritas—. Creo que tuvieron un día ajetreado.

Willow y Delia se lanzaron una mirada nerviosa. No estaban seguras de cuantos miembros de la familia sabían sobre su desastre con los granizados.

—Estamos muy bien, abuela —dijo Willow enérgicamente—, solo emocionadas por tostar malvaviscos con la tía Rosie. Queremos hablar con ella de varias cosas.

—Cosas importantes —añadió Delia, asintiendo seriamente con la cabeza.

La abuela dejo de trenzar las margaritas y las miró con sospecha.

—Sí, como las niñas de las flores de Rosie son una parte importante de su boda. Estoy segura de que lo entienden.

Willow no pudo evitar sentir que la abuela estaba intentando decirles algo, pero se encogió de hombros. Hacer postres increíbles para la boda de la tía Rosie también era importante. Una vez que la abuela probara sus cupcakes y tartas, entendería como sus talentos se estaban desperdiciando al ser niñas de las flores.

—Haz nuestras cadenas luego de esa, abuela —interrumpió Violet, quien se sentó con Darlene en la manta junto a su abuela—. Puedo fingir que la mía es una corona de la victoria que gané en las Olimpiadas.

Willow le dio un codazo a Delia y puso los ojos en blanco.

—Yo use una corona de flores la navidad pasada cuando baile el cascanueces —añadió Darlene—. Era el hada de azúcar. Ya sabes, la estrella.

Esta vez fue el turno de Delia de poner los ojos en blanco.

No podían alejarse de sus hermanas mayores y de sus increíbles logros, aun estando en la playa.

Justo en ese momento la tía Rosie se unió al círculo de personas reunidas alrededor de la fogata. Delia cogió un envase de Mentos con una mano y una caja de Good & Plenty con la otra, mientras que Willow rasgaba el paquete de lujosos malvaviscos. Este era su gran momento para conquistarla.

—Niñas, fue muy dulce de su parte organizar esto —comenzó la tía Rosie, mordisqueando el malvavisco que Willow le pasó. Y observando lo que Delia le ofrecía, añadió—: De alguna manera saben exactamente qué es lo que amo comer.

—Solo digamos que hacemos nuestra tarea —dijo tímidamente Delia, vertiendo en la palma de su tía un puñado de dulces rosas y blancos—. A Willow y a mí nos gustaría hablarte…

De repente, Delia se quedó muda. Miró a Willow en busca de ayuda.

—… hablarte… —continuó Willow, su mirada saltaba de Delia a su tía y viceversa—… ¡sobre otras cosas que te encantaría comer! ¡Como en tu boda! No queremos…

Y ahora era a Willow a quien se le había enredado la lengua. Miró desesperadamente a Delia. Una de ellas tenía que decirle a la tía Rosie lo que habían querido decir durante todo el verano.

—Ya no queremos andar de puntitas sobre esto… —espetó Delia.

—¿Escuchaste? —le dijo la tía Rosie a Jonathan con una risita. Jonathan estaba parado junto a ella sosteniendo algo que parecía ser dos guitarras miniatura—, ¡dijeron puntitas!

Y entonces soltó un chillido alegre que sonó como el de un polluelo. Jonathan sonrió y le pasó a la tía Rosie uno de los instrumentos. Ambos comenzaron a rasguear las pequeñas cuerdas.

—¿No son adorables? —les preguntó la tía Rosie a Willow y a Delia—. Son ukeleles. ¡Jonathan y yo tomamos clases para poder tocar en la boda!

Y así ambos comenzaron a corretear como un par de ardillas alegres. Antes de que Willow pudiera recomponerse y comenzar a pasar los malvaviscos para asarlos, la tía Rosie y Jonathan ya estaban tocado el segundo verso de «Te mando flores». El abuelo y la abuela estaban cantando con ellos, abrazándose el uno al otro y meciéndose lado a lado. Los padres de Willow también se unieron, junto con Dulce William y la tía Deenie.

—Te vuelves a ir, y si de noche hay luna llena…

Willow le echó un vistazo a Delia. Su prima miraba con la boca abierta a Violet y Darlene al otro lado de la fogata, quienes alegremente cantaban a voz en cuello las letras junto con el tío Delvan. Incluso Bernice, se vio arrastrada por todo ello, volviendo su cara hacia el cielo y aullando junto con la serenata a la luz de la luna, al estilo de la familia Bumpus.

—¡Te mando flores que recojo en el camino!

No mucho tiempo después, el señor Henry se unió a su ruidoso círculo cantante en la playa. Le ofreció sus habituales y corteses asentimientos con la cabeza a todos a medida que pasaba, luego se ubicó en un lugar del tronco donde estaban sentadas Willow y Delia. Clavó un malvavisco en un largo palo de pincho.

—A juzgar por esos baldes que están en la cocina, parece que cosecharon los arándanos y dejaron vacíos los arbustos —dijo el señor Henry con gentileza, su tono de voz era lo suficientemente alto como para poder ser escuchado sobre los ukeleles y canturreos de la familia—, pero si fuera ustedes, me quedaría lejos de la cocina por un tiempo.

Delia se encogió, y Willow intentó pensar en otro tema de conversación aparte del granizado salpicado. Inmediatamente se acordó de la recolecta de arándanos en la vieja casa espeluznante al lado de Pinos susurrantes, y le pidió al señor Henry que les dijera todo sobre ella.

—¿Es de Cat Sutherland? —preguntó Delia, asegurándose de mantener su malvavisco en la llama—, ¿ahora vive allí?

—¿Está encantada? —se preguntó Willow—, ¿llena de fantasmas?

Luego de varios minutos de suplicas, el señor Henry finalmente accedió a soltar un poco la lengua sobre la vieja casa amarilla. Las chicas permanecieron sentadas en silencio mientras él hablaba, temerosas de que si lo interrumpían las dejaría con más preguntas que respuestas.

—La señorita Catherine es, de hecho, la dueña de esa propiedad —comenzó, su cara era del color naranja pálido a la luz del fuego—. Pertenecía a su tía abuela, quien murió hace algunos años.

Y entonces el señor Henry pareció perderse en sus propios pensamientos, su tono de voz era suave. Willow y Delia se inclinaron más cerca de él así no se perderían ni una palabra.

—Cat nunca había puesto un pie en Michigan antes de octubre. Vivió toda su vida en el sur —dijo, girando el malvavisco que estaba asando—, pero hace algunos años las cosas fueron mal con su restaurante. Por lo que escuche, algunos restaurantes temáticos se instalaron allí. Ya conocen los de esa clase: uno servía comida francesa y tenía su propia barra de ensaladas de la torre Eiffel, otro servía comida griega con los meseros usando togas. La gente de allá se volvió loca por ellos, y dejaron atrás al restaurante de Cat.

El señor Henry negó con la cabeza, haciendo un sonido tut-tut al chasquear la lengua. Luego sopló su malvavisco para apagarle el fuego. Willow y Delia examinaron los suyos, sacándolos del fuego cuando se habían vuelto viscosos y de color marrón dorado.

—Todos los demás miembros de la familia de Cat ya están muertos. Está sola en este mundo, así que esa deteriorada casa vieja de al lado es todo lo que le queda. Punto —El señor Henry se lamió los dedos limpiándose los restos de malvavisco chamuscado—. Eso y cualquier cantidad de dinero que haga cocinando en Pinos susurrantes. Pero no es suficiente, la señorita Catherine necesita construir su negocio de banquetes. Necesita llegar a más gente.

Delia se estremeció, y Willow no creyó que se debiera a la brisa nocturna.

—Me siento muy mal por ella —dijo Delia, mirando hacia el risco, donde Pinos susurrantes estaba ubicada como una casa de muñecas sobre una repisa—. Suena tan mal como lo que está pasando papá. Es escalofriante perder tu trabajo. ¿Cómo se supone que pagues por las cosas? ¿Cómo compras comida o ropa? ¿Cómo se supone que vivas?

Willow se removió en su puesto.

—¿Es por eso que está vendiendo el lugar? ¿Es por eso qué tiene el gran letrero de Se Vende?

El señor Henry se quedó callado mientras clavaba dos malvaviscos más en su palo de pincho. Delia y Willow mordisquearon los suyos.

—Cat no quiere venderla. La casa ha estado en la familia Sutherland por generaciones —continuó el señor Henry—, pero el banco la está obligando a hacerlo, invitando constructores para que la demuelan. Claro, necesita algo de trabajo, las alcantarillas están llenas de hojas, tiene escalones rotos tanto en el interior como en el exterior, le faltan tejas al techo; pero no es una ruina. Quieren derrumbarla para construir una hilera de condominios.

Willow se metió a la boca su viscoso malvavisco y levantó la mirada hacia el matorral de arándanos, como si pudiera ver los delicados colibríes que conocieron esa mañana. Un escalofrío recorrió su columna.

¿Qué les pasaría a los colibríes si sus nidos eran destruidos?

—Cat dice que eso sucederá sobre su cadáver —añadió el señor Henry—, pero está llegando a un punto en que no va a tener otra opción.

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