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El ala de la reina capítulo 1

Publicado el 2 de enero del 2024

Capítulo uno 


El mecanismo del reloj de las aves cantoras crea una artificial armonía musical que se eleva por toda la casa en Elveden. Nunca me cansaba, podía escucharlos para siempre. Si me reclino lo suficiente puedo verlos parados en su rama cubierta de oro, ver como giran sus cabezas, la forma en que oscilan de arriba abajo, como despliegan sus alas; siempre son demasiado precisos para ser naturales, pero siguen siendo hermosos. Nadie creería que están hechos de metal y joyas, con un cristal Keltan actuando como sus diminutos corazones. Apenas se puede notar algo de su mecánica. Se mueven como aves reales, también cantan como unas, pero tienen un toque demasiado perfecto gracias a aquella pieza dentro de ellos, proveniente de un mundo lejano y al trabajo del artesano que vive allí.

—Belengaria, vuestro reporte —La voz de Nerysse contiene un tono de advertencia en ella. Una vez más me había atrapado. Ese era el problema de tener a la mujer que te cuidó, crío y atendió, como institutriz. ¿Por qué simplemente no podía ir a la academia militar como todos los demás chicos de mi edad, como mis hermanos?

Conozco la respuesta a eso. La conozco muy bien. Mi padre. O más precisamente su familia. Porque mi madre «no había sido lo suficientemente buena» para él, porque el rey dijo no, pero aun así ellos se casaron, porque incluso la hija de un miembro de menor importancia de la corte tiene que tener una institutriz en vez de una educación real, sin importar lo poco importante que ella en realidad sea. Porque las políticas imperiales sobrepasan cualquier otra cosa.

Las aves quedan en silencio, esas pequeñas y brillantes traidoras, cómplices de Nerysse, al no permitirme postergar esto por más tiempo. No hay manera de que pueda encenderlas de nuevo con Nerysse mirándome fijamente. Me aclaro la garganta, solo para darme algo de tiempo para pensar y funciona. Algo así.

—Anaran manifiesta que la llave de cualquier estrategia es la información. El flujo de información dicta el flujo de la batalla. Cuando la información es retenida, algo vital hace falta en el plan general. Posiblemente algo fatal. Él suscita una comparación entre el aliento, la cual, en mi opinión, es por completo sobre adornada...

—Pedí un reporte, no vuestra opinión sobre el mejor estratega que Vairian ha tenido. Muchas gracias, señorita. Continuad con el tema, por favor.

—Pero vos conoces todo esto, Nerysse, y también yo.

Nerysse me fulmina con la mirada, sus viejos ojos aún son agudos y peligrosos. Ella no siempre había sido una niñera ni una institutriz. Fue una comandante de vuelo cuando mi madre surcó los cielos por primera vez. No es buena idea olvidar cosas como esa.

—Ese es exactamente el punto, ¿no lo crees? Descubrir si lo sabes.

Mujer exasperante. Pero, ¿qué opción tengo? Estoy atrapada aquí y la única forma de salir es finalizar con esto.

—La información es como el aire. Retenerla, mata al enemigo. Transmitir mentiras e información errónea, envenena al enemigo. Racionalizarla, controla al enemigo. Con suficiente información bajo tus alas, te elevas lejos de las maquinaciones del enemigo. ¿Me hizo falta algo?

—Bueno, aparte de todos los detalles y la poesía de sus palabras, no —Nerysse frunce los labios, y supe que lo logré, lo había entendido bien y lo expresé en los breves términos que ella usualmente prefería. El alivio es divino, pero no duro mucho—. Muy bien. Escribid el reporte.

Es una tortura, eso es lo que es. Deberían cubrir eso en las leyes imperiales.

«Vos no debéis hacer que vuestros estudiantes escriban reportes sobre las teorías de Anaran en un día perfecto para volar».

—Luego de eso podemos intentar con algo de aerodinámica e ingeniería —dice Nerysse, con bastante amabilidad.

Intento no hacer una mueca. Amo volar, y todo lo relacionado a ello, pero las matemáticas involucradas hacen que me duela el cerebro. Sólo mi hermano Art las entiende, como el niño genio que es. Los otros dos son tan malos como yo.

—Siempre podemos ver historia —continua Nerysse. ¿Está intentando atormentarme? ¿Por qué?—, o geografía. Decidme sobre el Primer mundo y sus satélites.

Me retuerzo en mi asiento. No pude evitarlo.

—O simplemente puedo ir a volar si firmas la autorización. ¿Por favor, Nerysse? Mirad los cielos de esta mañana. ¿Has visto alguna vez un día tan perfecto para volar?

Nerysse mira a través del parteluz, el infinito cielo celeste y una expresión de inesperado dolor cruza por su rostro. Maldición, nunca pienso, o si lo hago solo pienso en mí misma. Nerysse ha estado en tierra por más tiempo del que puedo recordar, su salud ya no le permite surcar el aire como lo hizo alguna vez. Había inhalado alguna clase de gas venenoso cuando su ala cayó. Ya no puede volar, no desde la última guerra con los gravianos; la misma época en que perdí a mi madre.

—Oh, entonces ve —dice Nerysse al fin, con un tono tan suave que no estoy segura de haber oído correctamente las palabras.

—¿En serio? —Tengo que apresurarme, antes de que cambie de opinión. Intento levantarme, cerrar mis libros y guardarlos bruscamente dentro de mi escritorio, todo al mismo tiempo—. Gracias, Nerysse.

Su expresión aún es seria, y su mirada me clava en el lugar.

—Pero en su lugar mañana haremos una hora extra, ¿entendido?

—Sí, absolutamente —Lo que sea necesario. El mañana traería su propio afán. Podría estar gris con nubes de lluvia, o el viento demasiado fuerte. Agarraría la oportunidad de volar cuando me la ofrecían. Mientras me dirijo hacia la puerta mi mente ya está remontando las corrientes de aire, y escuchando el sonido del viento en la maquina voladora hecha de lona y latón que tanto amo.

—¿No olvidáis algo?

Nerysse levanta un pedazo de papel con su firma en él y con la tinta seca. Había sido firmado hace horas.

Hoy en día no abrazo seguido a Nerysse, pero debería hacerlo más.

—¡Sois la mejor!

Entonces antes de que alguna otra condición pueda materializarse, agarro el papel y hago una rápida retirada.

Mientras salgo de la casa un escuadrón pasa volando por encima, el brillo iridiscente de sus motores reverbera tras ellos. Sonríe cuando zumban sobre mí, puntos de oscuridad contra el amplio cielo azul. La Avispa líder gira y se dirige tierra dentro, sobre el denso bosque de Ilnay hacia Higher Cape. Es tan elegante que cada maniobra es como poesía. Un día estaría allí, liderando mi propia ala. Es mi promesa conmigo misma. Zander adquirió el mando de un ala a los diecinueve. Luc solo tenía dieciocho. A partir de este momento, para mí eso es en menos de un año, si es que no puedo hacerlo antes. El ala sigue a su líder. La formación perfecta.

—¿Estáis planeando solo quedarte ahí, mirándolos? —La voz de Shae contiene la misma risa que siempre escuchaba en ella. Está recostado contra la pared de la tienda de especias, la mitad de él oculto en las sombras. Su esbelta y musculosa forma está alerta y lista para la acción. Al igual que siempre viste su uniforme. No puedo imaginarlo sin él.

Solo que sí puedo. No debía, pero podía.

La chaqueta verde oscuro termina donde sus armas descansan contra sus caderas, en un lado un arma y en el otro un cuchillo de caza de apariencia malvada. Tampoco puedo imaginarlo desarmado. De hecho, no debía imaginarlo en absoluto.

Mi garganta se siente apretada al forzar a salir las palabras.

—Me dirigía a volar. Entre más horas en el cielo…

—Más probabilidades de obtener un cargo, lo sé. ¿Aún estáis tras esa ala?

Esbozo una reverencia para ocultar algo que espero no pueda ver en mi cara, y levanto mi mirada hacia él, sonriendo.

—Desde luego. Siempre hay un método en mi locura.

Shae niega con la cabeza y se aleja de la pared caminando con pasos largos hacia mí. Se ve tan bien. Más que bien. Peligroso, letal, precioso. No puedo evitar admirar eso.

—Locura, sí, es una buena palabra. Os perdiste el entrenamiento esta mañana —Se detiene frente a mí, lo bastante cerca para tocarlo, tan atractivo, al punto de ser insoportable, que por un momento solo miré sus azules ojos. El mismo azul del cielo. La mayoría de vairianos tienen ojos cafés. Los azules son raros. Me coloco de puntillas y deseo tener el valor para inclinarme y besarlo.

En cambio, retrocedo un paso. Si solo no fuera tan cobarde. Seguramente le daría un ataque al corazón si seguía ese impulso. Pero si lo hacía… si lo besaba… besar a Shae es algo en lo que he estado pensando por mucho tiempo. Él no estaba con nadie —al menos no que hubiera visto—, pero hay muchas personas que harían cualquier cosa por él. Cualquier cosa. Es seis años mayor que yo, pero esa no es una diferencia muy grande. No realmente. Deseo poder besarlo.

Pero no puedo. No así.

Shae sacude la cabeza y me pregunto, por un mortificante momento, si puede leer mis pensamientos, si lo sabe. Si es así, ¿por qué no hace algo al respecto? Pero nunca me ha dado ninguna señal, ni siquiera una mirada inapropiada.

—¿A dónde os dirigís hoy? —me pregunta.

Me encojo de hombros y aparto la mirada, esperando ocultar el sonrojo de mis mejillas.

—Sobre el bosque, quizás hasta el océano. Donde el viento me lleve.

Se ríe, un profundo y extenso sonido que hace cosas interesantes en mi cuerpo cuando lo escucho.

—Espero que ese no sea el plan de vuelo que registraste o Zander os disparará.

—Zander es una vieja gallina con una nidada —respondo sabiendo que no es verdad. El pobre Zander odia estar a cargo de los planes de vuelo tanto como estar en tierra, pero se había marchado en un freewing demasiadas veces y nuestro padre no lo permitiría. No de su hijo mayor. Deber, honor, disciplina, lo eran todo. Puede que ya no seamos propiamente de la realeza, decía, pero aún estábamos en las listas. La nobleza tiene obligaciones.

—Aseguraos de revisar vuestras comunicaciones —dice Shae con tono firme—, y empacad un kit de supervivencia. Y no permanezcas mucho tiempo fuera, ¿de acuerdo?

Algo en su tono de voz me hace dudar. Es la inusual pregunta del final, casi como una súplica. Lo miro por un largo tiempo, buscando el problema.

—¿Qué pasa?

Shae rueda los hombros, un encogimiento tan natural en él, fluido y elegante.

—Recibimos algunas transmisiones extrañas provenientes de los planetas más lejanos.

Ni siquiera voy a ir más allá de la atmosfera, mi Avispa no tiene instalado el equipamiento necesario. Pero entonces recuerdo el ala que vi antes y contengo la frívola respuesta que aparece en mi mente. Un ala más moderna, completamente equipada, no es una nave de recreo como la mía.

—¿En serio?

—En serio. Puede no ser nada, pero operaciones especiales está revisándolo —Él es parte de operaciones especiales, así que debe saber. Aunque no pregunto cómo— Aseguraos de que ese kit este en su lugar.

Asentí. El kit de supervivencia siempre está en mi Avispa. Padre nos lo había metido en la cabeza a cada uno de nosotros desde el momento en que despegamos por primera vez. En realidad, antes de eso. Madre no habría esperado menos. Yolande Astol no planeó unirse a una casa noble, por otro lado, de seguro no planeaba enamorarse de mi padre, Marcus Merryn, el nieto más joven y menos importante del rey. Ella era una piloto, solo quería volar. Puedo entenderlo.

Shae me sigue al aeródromo, el cual es un desorden de actividad con pilotos y mecánicos por todos lados. El amplio espacio abierto contrasta vívidamente con las densas y atiborradas cabañas de baja altura de anodino color gris y verde. El estilo militar vairiano nunca pasa de moda por aquí. Nos forjamos en la guerra. La vivimos y respiramos. Hace veinticinco años los gravianos intentaron invadirnos, la consiguiente guerra duró diez años y solo se detuvo cuando mi gente formó una alianza con el imperio para resistir la amenaza. Antes de eso habíamos sido forasteros, a lo sumo mercenarios.

Durante los últimos quince años hemos ayudado a la emperatriz a traer estabilidad y calma a esta parte de la galaxia, aunque aún seguimos a la vanguardia en sus batallas. Y en el borde del espacio graviano. Siempre estamos preparados.

Al final Shae revisa por sí mismo mi maquina voladora, a pesar de las declaraciones de varios mecánicos que ya la habían inspeccionado. No es un piloto. Shae proviene de un largo linaje de infantes y está orgulloso de ello, pero ha pasado suficiente tiempo alrededor de los campos de aviación y de mi familia que sabe que buscar. De todos modos, no tiene caso argumentar, él solo ignoraría cualquiera de las protestas. Shae había hecho esto antes. Y yo sé que todo va a estar en perfecto orden porque así es como lo mantengo. Siempre. La Avispa es un viejo modelo, la cual originalmente era de Zander. Si cuido de ella, ella cuidará de mí. Y al igual que mi hermano mayor, ella requiere un montón de cuidado, pero ambos lo valen.

«Al igual que Shae», pienso, observando la forma en que revisa de cerca el mecanismo, buscando cualquier signo de desgaste y rasgaduras. Una cálida sensación se extiende por mi cuerpo. Mis sentimientos por él no debían importar, pero de alguna manera lo hacen. Mucho. Una vez más me imagino diciéndole, imagino su confusión y probablemente su risa. Eso es lo que siempre me detiene. No podía soportar estar equivocada, si él se reía. Incluso si no lo hacía, yo provengo de un linaje noble, emparentada a la familia real, lo que significa conexiones con otra docena de casas nobles en otros mundos, e incluso con el linaje imperial, en algún momento durante los tiempos en que vivían en el Primer mundo. Por supuesto, ellos ya no están allí. Nadie vive en el Primer mundo, o eso me han dicho. Es un planeta muerto, desgastado y roto. La emperatriz tiene su casa de gobierno en Cuore, el planeta urbano, y eso es muy lejos de aquí, en el corazón de todo el sistema. «Una araña en el centro de su telaraña», le decía mi padre a veces cuando creía que nadie estaba escuchando.

Sé lo que diría Shae si le decía como me sentía, si no se reía, incluso si sentía de la misma manera que yo. Él solo es un soldado, e incluso si yo no tuviera un papel importante que jugar en el plano general, pocas personas serían capaces de pasar por alto eso. Mi madre era solo una piloto y mira cuantos problemas le causó eso.

Soy de la nobleza y Shae no.

Pero si me ama… cada vez que casi me convenzo a mí misma de que él ni siquiera me ve como una chica, hace algo —a veces solo es una diminuta cosa— y mi corazón se eleva como mi Avispa.

El gentil toque de su dedo en mi nariz me devuelve a la realidad y casi retrocedo un kilómetro de un salto. No debía hacer eso, no cuando he estado pensado esas cosas de nuevo. Pero lo hace, causando que mi interior se estremezca. El hecho de que ese dedo pertenece a una mano entrenada, desde una temprana edad, para pelear y matar no me molesta. Es un guerrero, amo eso de él y también lo respeto. Pero no tiene que tratarme como a una niña.

—Quizás no deberías ir.

Clavo en él mi mirada más dura, aquella que mis hermanos saben que no deben enfrentar.

—En realidad no acabas de decir eso, ¿verdad? Quiero decir, vos nunca me dirías algo como eso, ¿o sí?

Shae se ríe por un breve momento y coloca mis gafas sobre mis ojos, rindiéndose.

—No hagas nada estúpido —Es una advertencia, pero no lo dice completamente en serio. Él me conoce.

Examino su fuerte y esculpido rostro, y coloco mi expresión más seria.

—Lo prometo. Regresaré en poco tiempo, ya verás. Quizás incluso en una pieza.

Trepo el estrecho cuerpo de mi Avispa deseando que pudiera llevar a dos personas. ¿Qué sería simplemente poder volar lejos con Shae y nunca regresar? ¿Qué requeriría para poder convencerlo de venir conmigo, de abandonar el deber, honor, y todas las cosas que definían nuestras vidas como vairianos y volar hacia el horizonte más lejano?

El grave zumbido del motor de la Avisa resuena en mis oídos. Música pura. Un sonido que vibra a lo largo de mis venas y sangre. Horas de libertad, horas donde nadie me dice que hacer o donde estar, donde nadie me inculca políticas o historia… horas con solo la canción de mi Avispa y el aire libre a mi alrededor.

«Nací para volar», les dije a mis hermanos en más de una ocasión, y luego de haber intentado superarme en el aire, uno tras otro, todos ya me concedían la razón.

Por supuesto, el hecho de haber nacido para volar no era completamente cierto. Si algo, nací para ser una pieza de menor importancia en el juego interestelar de las casas y linajes, para casarme con alguien que el imperio o mi familia considerara apropiado, o al menos conveniente. Nunca he sido alguien que vive en ilusiones, sin embargo, aún puedo tener esperanza. Mi principal esperanza es simplemente no ser tan importante.

Por suerte para mí no soy alguno de mis primos segundos, que con tanto en juego puesto en sus matrimonios, apenas tienen algo de tiempo para sí mismos. Todos se casarán con casas reales, viajarán a otros planetas y fundarán dinastías, serán colocados en las posiciones de mayor importancia. Ese es el destino de un príncipe o princesa. Escuché que ya habían escogido a alguien de otro mundo para mi prima Elyssa. En el peor de los casos, seguramente seré casada con un noble de menor rango y ese será el fin de mi utilidad política. Si tengo suerte, será alguien de mi edad o cercano a ella y me respetará lo suficiente para ser tolerable. Y vairiano, espero. Oh ancestros, realmente eso espero. Alguien que entienda mi necesidad de luchar y volar.

No sé cuándo fue la primera vez que me di cuenta que amaba a Shae, parecía como si siempre lo hubiera amado. Y ¿cómo podía no hacerlo? Cuando él me mira, mi estómago se aprieta y hace ese salto que me hace contener la respiración.

¿Cómo podré explicárselo alguna vez a mi padre? Él debe entenderlo, después de todo se casó por amor. De seguro, tengo permitido hacer lo mismo, ¿no?

Pero, ¿qué si Shae no se siente de la misma manera? Que si solo me ve como… no lo sé… una niña, un deber… entonces, ¿qué?

Soy demasiado cobarde para averiguarlo.

Aquí en el aire, puedo pretender que las cosas son diferentes, que vivo para pilotear máquinas de latón y lona en las corrientes de aire, para llevar otros mecanismos más allá de las estrellas, en busca de proezas, aventuras y desafíos, en busca de otra vida.

Una que no puede ser.

La señal de radio cruje dentro de mi oído, sacándome de mis pensamientos.

—Mi señora, aquí control, cambio.

Enciendo a regañadientes la comunicación. Mi señora, ¿de verdad? No sé quién está a cargo de la comunicación, pero voy a dejarle saber lo que pienso sobre eso cuando regrese.

—Control, aquí Bel. Cambio.

El breve ruido de alguna clase de altercado proveniente del otro lado hace que baje la mirada. Entonces en vez de la anterior voz, Zander ruge por el radio.

—Soy yo. Ven ya a casa. Ahora. Ha habido… un accidente. ¿Me copias?, cambio.

¿Un accidente? Aprieto mi agarre sobre los controles. Eso no suena bien, y tampoco suena como mi hermano. Su voz se oye como si luchara por controlarse, y su tono es inusualmente cortante. Nunca me hablaba de esa manera, incluso si es el mayor de nosotros. Nunca.

—Entendido. Dirigiéndome a casa inmediatamente. ¿Zander? ¿Qué sucedió? ¿Es padre? ¿Uno de los chicos?

—Negativo. Todos estamos bien. Por ahora necesitamos silencio de radio, Bel. Cambio y fuera.

—Entendido —susurré, sin estar segura si esta vez había activado la comunicación o no—. Cambio y fuera.

Deslizo mis temblorosos dedos fuera del panel de comunicaciones y giro la Avispa. Tengo un mal presentimiento en la boca del estómago, un sentimiento de nauseas que no está bien. Nada de esto se siente bien.

Ajusto la lona más por intuición que por intención, y vuelo en silencio escaneando el distante horizonte y las copas de los árboles que pasaban por debajo de mí. Mis instintos zumban con el conocimiento de que hay una amenaza. Zander había dicho un accidente, pero incluso yo sé que la mayoría de «accidentes» en Vairian no son nada de eso. Generalmente la participación de un graviano es encontrada cuando se mira más allá de la superficie. Nuestros antiguos enemigos. A pesar de su derrota los gravianos no se habían ido, no realmente. Aún atacan —fuerte y cruelmente—, y luego desaparecen en el hiperespacio, como fantasmas en el éter.

Hace quince años, al final de la amarga guerra, mi madre dirigió la Tercera Ala en defensa de los cielos vairianos. La Gloriosa Tercera. Todos hemos escuchado sobre ellos durante toda nuestra vida. La historia nunca pasa de moda. No para mí. Después de toda una vida, quizás debía dejarla atrás. Los guerreros mueren en las batallas, así funciona el mundo. Aunque eso no me hace sentir mejor. Solo han pasado unos meses desde el último ataque graviano, se han vuelto más ingeniosos, más peligrosos, y quiero enfrentarlos. Si fuera alguien más, alguien de cualquier otra familia me habría enlistado en la academia a los quince años, pero no pueden detenerme por siempre. Con solo pensar en la oportunidad de derramar sangre graviana mi pulso se acelera. Puedo sentirlo en mi garganta, latiendo. No es miedo. No dejaré que sea miedo.

El reflejo de un destello de luz sobre metal proveniente de los árboles de abajo es toda la advertencia que obtengo. Imagino escuchar el chirrido del arma mientras carga. Me las arreglo para virar a la izquierda mientras el rayo del rifle de plasma vuelve el aire de color iridiscente junto a mi ala derecha.

—¡Fallaron! —me jacto, aunque no es como si pudieran oírme—. Tendrán que ser más veloces que…

Toda la Avispa se sacude por debajo de mí. Se siente como si estuviera siendo pateada en el pecho por una mula de carga. El motor de la Avispa chirría, sacando chispas y luego se detiene. Mi maquina voladora cae del cielo.

Golpeo los controles frenéticamente, intentando encenderla de nuevo, girando el motor, el cual solo hace un ruido sordo y gorgotea dolorosamente. Hay muy poca capacidad de valiosa planeación en una Avispa, pero logro controlar la maquina antes de que comience a girar completamente.

Es como intentar volar un ladrillo.

Más disparos iluminan el aire detrás de mí. Mantengo estable la Avispa mientras sigo el camino delante de mí, buscando el lugar más seguro para aterrizar. Solo hay árboles. De ninguna manera esto va a ser fácil, o bonito.

«Transmitid la posición», recuerdo las instrucciones infundidas en mi memoria, la voz de mi madre es calmada, persistente y reconfortante. «En una emergencia transmitid la posición tan rápido como sea posible. Aterrizad la Avispa sana y salva. Agarrad la mochila de supervivencia y las armas y alejaos por si hay una explosión».

El entrenamiento toma el control, es algo natural, me muevo antes de poder pensar en lo que hago.

—Base, responded, aquí Bel. Voy a estrellarme. Repito, voy a estrellarme. Coordenadas…

La voz de Zander me interrumpe.

—¡Negativo! —grita—. Es una señal abierta. Negativo, no transmitáis las coordenadas. Cambio.

«¿Qué? Esto es una locura. Me voy a estrellar, Zander. Voy a morir.»

—¡Sabéis que hacer! Iremos por ti. Repito, iremos…

El impacto contra las copas de los árboles sacude toda la nave y me lanza hacía arriba. Golpeo fuertemente el techo y vuelvo a caer con fuerza, revolcándome con la Avispa al estrellarnos contra las ramas. Los gritos de la rasgada lona, del metal y de la madera ahogan los míos y me ensordecen. Mi cabeza choca contra los controles y el repentino dolor es enceguecedor. Aterrizamos con una tremenda colisión que sacudió mis huesos, mi averiada Avispa y yo, y todo está en un silencio horrible.

La radio silba. Algo le sucedió. Mi visión se vuelve borrosa al intentar mirar a mí alrededor, así que parpadeo rápidamente para aclararla. Cuando intento moverme un dolor helado recorre mi hombro y mi estómago se revuelve. Rayos, estoy herida. Y lo más seguro es que tenga una contusión. Y mi Avispa está hecha pedazos.

Por ahora no puedo pensar sobre eso. Soy una presa fácil, tengo que salir.

Me duele tanto moverme que un par de veces creo que voy a desmayarme, pero me fuerzo a salir de la Avispa y caigo al suelo del bosque.

Mis gafas están quebradas pero la visión de la destrozada Avispa parece empeorar cuando me las quito y las tiro al suelo. También hay sangre en ellas. «No pienses en eso. No ahora. Seguid moviéndote». Aunque mi cara palpita y hay algo pegajoso cubriendo un lado de mi cabeza… «más sangre…»

«Equipo de supervivencia», me dice con obstinación mi entrenamiento, forzándome a ignorar el dolor y daño. Eso no importa, solo importa una cosa. Salir de esto con vida.

Oh, y armas. Sí, también las armas.

Las armas son terriblemente importantes cuando alguien intenta matarte.

Una carcajada surge en mi garganta, nacida más del pánico que del humor. «¿Es shock? Se siente como shock».

Ruedo por la quemada tierra y meto el brazo en la averiada máquina, palpando el interior en busca de la mochila con los suministros y mi espada ropera. Al menos la pistola que llevo a un costado está cargada, pero no tengo munición extra.

Tendrá que ser suficiente, es todo lo que tengo.

Los escucho antes de verlos. Grunts —tropas terrestres gravianas— avanzando ruidosamente por el bosque hacia mi Avispa caída. Llevan una pesada armadura de cuerpo completo que los hace lucir como escarabajos, pero en el interior son pálidos y carnosos. He leído los archivos, visto las grabaciones, los he visto muertos. Conozco las debilidades de su armadura, donde golpear para herir o matar. A medida que avanzan no se molestan en tomar precauciones para esconderse, ni en revisar de antemano. De seguro piensan que estoy muerta o herida, o que soy demasiado estúpida para salir, o quizás incluso piensan que no soy ninguna amenaza.

Entonces no me conocen. Les mostraré lo amenazante que puedo ser.

Giro con el dedo, el pestillo del arma y apunto con cuidado. Mi pulgar descansa en el seguro del cargador, mi dedo del gatillo listo para disparar. Estoy concentrada. Totalmente en el momento, centrada en ellos. El chillido del arma al ser cargada puede alertarlos, pero es algo rápido. Yo soy rápida.

Si tan solo tuviera un rifle de plasma. Uno de esos enormes rifles de buena calidad que Shae carga. O un lanza granadas. Eso sería mejor, soy buena con ellos y causaban una tremenda cantidad de daño. Tuve la mejor puntuación entre todos los que manejaban uno en el campo de entrenamiento.

«¿Cuántos son?». La pistola solo aniquilará a uno antes de que me ataquen. Por lógica, tendrá que ser el último recurso, pero si me descubren, si vienen por mí… Los gravianos tienen una desagradable reputación cuando se trata de prisioneros. Bueno, aquellos que son encontrados.

No hay forma que los dejara llevarme.

Algunos dirían que me apuntara con la pistola, que muriera estando aún inmaculada, con mi orgullo intacto. Porque eso ayudaba, ¿no? No.

Mejor uno de ellos muerto que una de mí.

Conozco este bosque, es mi hogar. Puedo camuflarme y esperar que se vayan, tengo todo el tiempo del mundo. No toma mucho tiempo llegar a Elveden desde aquí, y a mi casa. Si trepo un árbol, seguramente puedo ver las esbeltas torres y los techos rojos de mi hogar.

Pero mi cabeza me duele y la sangre se me mete en los ojos. Me preocupa desmayarme.

Un destello de metal en el rostro de uno de los más cercanos hace que el aire se atasque en mi garganta. Entonces no solo hay grunts sino también mechas. Esa es otra cosa que hacen con los prisioneros —o al menos con aquellos que caen en batalla—, volverlos maquinas humanas sin ninguna voluntad propia. Solo programación. Una red de carne muerta y maquinaria que solo hace lo que se le dice.

—Reporten. Encontradme algo.

La voz siseante del líder graviano me pone la piel de gallina. Es aguda y metálica, proveniente de un radio. El líder ni siquiera está aquí con sus tropas sino que las dirige desde lejos. Le disparó a mi avispa. Está intentando matarme.

—¿Dónde está? ¡Quiero a esa chica!

Los grunts murmuran entre ellos, pero los mechas no dicen nada. Ellos son sus ojos y oídos. No sé si pueden hablar, quizás ¿también les sacaron la lengua? ¿Acaso los muertos hablan, y si lo hacen qué dicen? No quiero saberlo.

Mi dedo cosquillea por las ganas de disparar, por ver caer a al menos a uno de ellos, verlo tener espasmos agónicos. Pero si lo hago el resto de ellos estará sobre mí en poco tiempo. Tengo que esperar, en silencio y sin moverme. El arma es mi último recurso.

Buscan en mi Avispa, desgarrando el equipamiento y hablando de ella como si no fuera más que un montón de basura.

El enojo crece en mi pecho, fuerte y ardiente como el acero.

Un susurro de aire pasa por mi mejilla y un par de manos me sujetan, una sobre mi boca y la otra sobre mi arma. Forcejeo instintivamente, inhalando profundamente en alarma, pero no lo desperdicio en un grito. Pateo hacia atrás y mando mi codo intentando golpearlo en el estómago.

Mi captor gira levemente, evadiéndome sin esfuerzo alguno. Solo un hombre se mueve de esa manera, para empezar solo un hombre puede haberse acercado con tanta cautela. Él me había enseñado casi todo lo que sé sobre combate cuerpo a cuerpo y estrategia. Nadie puede igualar su sigilo.

Me relajo en su agarre, agradeciendo a mis ancestros. Voy a ir y encender una vela por cada uno de ellos, incluso si me toma una semana hacerlo.

Shae no dice nada, pero me suelta al darse cuenta que no voy a gritar y a delatarnos. Como si pudiera. Hace varios gestos sobre su hombro y señala una retirada. Nos movemos como gatos salvajes, fantasmas entre los árboles.

Otros guerreros vairianos aparecen, saliendo de los matorrales, más que todo eran infantes y artilleros, con un par de rastreadores guiando el camino. Mi repentino alivio, al no estar por más tiempo sola, me sacude. Mi cabeza da vueltas nuevamente, dejándome enferma y mareada, pero al mismo tiempo eufórica. Shae vino por mí. Mi corazón traidor comienza a latir un poco más rápido.

Una vez a salvo de los gravianos y sus mechas, Shae me detiene y me examina de la cabeza a los pies, confiando en sus propios ojos, en vez de lo que pueda decirle en este momento. Porque le diría que estoy bien, que no hay nada que no pueda manejar, que voy a regresar allí sin recelos y por mi cuenta a acabar yo misma con ellos. Por supuesto, todo sería mentira, pero él no lo sabría y nunca lo haría.

—¿Estás ilesa? —dice luego de un tiempo. Su voz suena más ronca de lo usual y sus ojos escanean mi rostro. Puedo ver mi reflejo en ellos. Mi cabeza palpita y hay sangre corriendo por un lado de mi cara. Me veo como una porquería.

—Sí, capitán —respondo, incapaz de esconder mi sonrisa tonta, la cual hace que su expresión se endurezca aún más—. ¿Creísteis que no podría sobrellevarlo?

Llena de alivio por estar viva, actúo como una idiota arrogante.

Normalmente Shae me lo diría. Normalmente no dudaría en hacerlo, conozco a Shae desde que tengo cinco años. Era un huérfano de guerra que fue acogido por mi familia y se crío con nosotros hasta que se unió a la academia. Solo viene a casa durante los permisos, antes de dirigirse de nuevo a los diversos frentes de batalla imperiales. Valiente, disciplinado, leal. Shae es el perfecto soldado vairiano. No hay nadie como él, nadie en todo el mundo. Mientras que mis hermanos se burlaban, colocaban ranas en mi cabello y me aplastaban en cada uno de los juegos de entrenamiento hasta la adolescencia —cuando les mostré lo que realmente significa tomar una cucharada de su propia medicina, y quizás le rompí dos dedos de la mano derecha a Zander, aunque nunca se probó—, Shae siempre ha estado de mi lado. Aunque en estos momentos él ya no bromea. Esto es más que serio, es aterrador.

—No hay tiempo para juegos, lady Belengaria. Las cosas han cambiado.

«¿Lady Belengaria?». Parpadeo mientras intento asimilar la frase. Shae nunca usa mi título, por no hablar de mi nombre completo. Lo acordamos hace años. Bel y Shae. Tan simple como eso. Ahorra tiempo.

—¿Qué ha sucedido?

Shae envuelve mi brazo con el suyo y me guía hacia adelante, sus tropas aun nos flanquean, aunque algunos están explorando más adelante. Están en alerta máxima, mientras nos alejamos con cuidado del lugar de la estrellada. Durante todo ese tiempo, Shae mantiene su voz tan baja que incluso yo, que camino junto a él, tengo que inclinarme para oírlo. Es casi como si no quisiera decirlo en voz alta, como si no quisiera que los demás escucharan, pero por la forma en que se tensan supe que ellos ya lo sabían.

—Un pequeño grupo de gravianos atacó el palacio en Higher Cape. Están muertos. Todos.

Me quedé mirándolo. ¿Cape? Eso es una locura, es la capital. Un millón de gente vive allí. Higher Cape está bien protegida, asegurada. Por supuesto que los gravianos están todos muertos, ¿en qué están pensando al intentarlo?

—Bien.

—No, Bel. La familia real está muerta. La familia, sus primos… vuestros primos. Aniquilados. Nos encargamos de la fuerza de choque, aseguramos nuestras defensas, pero el planeta está en caos. Vuestro padre tomó el mando y ha restaurado el orden, él y vuestros hermanos están combatiendo en todos los puntos de incursión menos aquí. Una unidad se separó y se dirigió hacia aquí, así que nos dimos cuenta que debieron haber escuchado vuestras transmisiones. Os rastrearon. Os fijaron como objetivo.

—Una casualidad, de seguro. No valgo un rescate o…

«Quiero a esa chica», dijo el graviano. Él los había enviado específicamente por mí, sabía quién era. Tenía que saberlo. Habían venido por mí.

—Ese disparo pudo haberos hecho explotar en el aire —dice entre dientes y me aprieta el brazo con más fuerza.

Me obligo respirar profundo.

—Pero no lo hizo, Shae. Lo evadí, bueno, en su mayoría.

—No lo entiendes. El consejo declaró a vuestro padre rey. Él es el siguiente en la línea como nieto de Veron, lo cual ahora os convierte en una heredera real. Una heredera real directa.

La urgencia de reírme ante lo absurdo de esto es difícil de resistir. Esto es una locura.

—Esto es alguna clase de broma, ¿no? ¿Acaso Zander os metió en ello? ¿O Art? Apuesto a que…

Pero no lo es. No es una broma. No es un error. No es… nada. El insidioso sentimiento de temor se abre paso en mi interior. Shae nunca haría una broma como esta. La familia real, y por extensión, mi familia, los pobres parientes, son todo para él.

—No es una broma, mi princesa.

Me tenso.

—Shae, no me llames así.

—Pero es verdad. Vos sois nuestra princesa y la única que tenemos. Vuestro padre es rey, Zander es el príncipe heredero y los demás también son príncipes por derecho. Ahora, necesitamos llevaros a casa, os han fijado como objetivo al igual que fijaron el palacio. Esto estaba diseñado para lanzarnos dentro del caos, para extinguir nuestro linaje real.

—Casa —repito, sintiéndome como si estuviera balanceándome al borde de un precipicio, donde ventiscas heladas podían arrebatarme y llevarme lejos en cualquier momento. No era posible. El rey… solo lo había visto dos veces, una de ellas cuando mi madre murió. Había sido amable con una pequeña y afligida niña. Aunque el tío abuelo Edris, Galen y las chicas… mis primos, eran ciertamente vacuos e irritantes, seguían siendo familia. Tan hermosos. Tan talentosos… tan…

Ahora todos están muertos. Las hermanas del rey. Sus hijos, todos los demás parientes reales que pensaron que mi padre se casó con alguien por debajo de él.

Todos muertos. Todos los amargados, celosos, controladores, estúpidos, frágiles…

Respiro temblorosamente y casi se convierte en un sollozo, pero no puedo sollozar. No puedo llorar. No puedo hacer nada de eso porque sería mostrar debilidad y avergonzaría a toda mi familia.

Mi familia… Oh, ancestros…

«Concentraos. Pensad. Los motivos. La estrategia».

El caos no explica todo. Los gravianos deben querer sacar a Vairian de su eje con un solo golpe, hacernos inservibles en el juego imperial. La familia real es el enlace con el imperio.

¿Qué dirá la emperatriz? ¿Acaso la flota imperial ya está en camino para ayudarnos? ¿O para hacerse cargo? La mitad de la flota son vairianos de nacimiento o por entrenamiento. Tienen que venir. Y ¿qué remotos planetas, caminos interestelares o estaciones quedarán indefensas cuando lo hagan? Eso tiene que ser. Un pequeño grupo para atacarnos y el resto… ¿adónde irá después?

Y ahora mi familia es todo lo que impide que mi mundo caiga en caos y que el escenario sea preparado para su siguiente guerra.

—No es posible —susurro—. Tiene que haber alguien con reivindicación más fuerte. Tiene que habedlo. Había al menos quince personas entre mi padre y el trono. Edris, su hijo Galen, los príncipes reales, y…

—Tenían una bomba molecular —dice Shae en voz baja, silenciándome. Sé lo que eso significa, pero aun así el continua diciendo—, codificada genéticamente. La corte real, la ciudad real, la jerarquía militar… toda Cape, todo se ha ido. Hechos escombros y cenizas. Solo tomó segundos y nadie salió de allí.

No puedo lidiar con esto. Cierro mis ojos, dejando que la enormidad de esto me atraviese y me aseguro de detenerla antes de que desencadene un dolor que no puedo controlar. Rostros destellaran en mi mente. Tantas caras. Un millón de gente, tal vez más.

—¿Cómo la plantaron? —pregunto luego de un momento. Ese tipo de bombas no pueden tirarse desde el cielo.

—Aún no estamos seguros. ¿Un escuadrón suicida? —Su agarre se vuelve otra vez gentil, más reconfortante. Quiero acercarlo de un jalón, envolverme en sus brazos, pero no puedo. No con sus hombres observando, además sospecho que de todas formas no me lo habría permitido. No ahora, ya no seguía siendo solo Bel.

—Vamos. Debemos poneros a salvo.

Los gravianos aún me están buscando. Su líder, su fría voz y sus órdenes resonaban en la parte de atrás de mi mente, pero los empujé lejos, rehusándome a dejarlos entrar.

—¿Y dejarles aquí? No lo creo.

Shae asiente hacia uno de los otros —¿Petra Kel? Con la armadura es imposible saberlo—, quien inclina la cabeza, hablando por el intercomunicador. Disparos provenientes de las pistolas bláster estallan detrás de ellos. No dura mucho tiempo. Algunos gritos cortos suenan antes de que el gran silencio del bosque sea restablecido. El hedor de carne, y armadura quemada permanece aún después de eso, el encantador efecto del plasma super-caliente.

—Ya nos encargamos de ellos —dice Shae.

Y entonces me doy cuenta, acabo de dar mi primera orden real.

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2 comentarios:

  1. Que genial, cuando sale el segundo capitulo? Quedo muy interesante.
    Gracias

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